En marzo de 1945 la guerra ha terminado y comienza la reconstrucción. Cuando las comunicaciones se restablecen, la familia Van Dyk regresa de Leizpig a Berlín en un tren en el que tarda ocho horas en recorrer la distancia que separa las dos ciudades. El paisaje es desolador.
Sin embargo, el espíritu artístico no desaparece. Los jóvenes artistas han sobrevivido, siguieron danzando sin dejarse vencer por las circunstancias. Durante los cortes de luz casi en total oscuridad, habían bailado iluminándose con una bujía. Las imágenes espectrales de la destrucción se gravan en su mente, y el deseo de construirlo todo desde la nada es la fuerza inspiradora que les llena de ilusión.
Eva tiene veintitrés años, y en los círculos dancísticos alemanes se la considera una de sus más destacadas artistas; su hermano Peter sólo tiene dieciseis, y es contratado para cuerpo de baile en la compañía de su profesora Tatiana Gvosky. El primer papel de Peter Van Dyk será el de un cochero en Petrouska.
Eva se marcha a Dresden, una de las ciudades en donde la guerra ha sido más cruenta. La capital sajona fue objeto de un bombardeo masivo el 13 de febrero de 1945, que ha sido calificado por los historiadores como “crimen de guerra”. Dresden por su ubicación carecía de valor estratégico y la guerra estaba ya ganada. No había razón alguna para que la aviación inglesa destruyera su valioso centro histórico en un ataque que provocó más de 20.000 muertos entre la población civil.
Todo está por hacer. Hay que resurgir desde la cenizas. Eva es nombrada directora del Ballet de la Ópera de Dresden, siendo además reconocida con el título de “Primera Bailarina Estrella”, e inicia la puesta en escena de sus propias coreografías. Eran tiempos en los que el prestigioso director wagneriano Joseph Keilberth -sucedido en 1952 por Rudolf Kempe- estaba a cargo de la orquesta. Ni siquiera la devastación de la guerra pudo terminar con la gran tradición artística y musical que se respiraba en la capital sajona.
La bailarina Grec Palucca, que tenía allí una famosa escuela de danza fundada en 1925, le encomienda a Eva la creación de un aula de ballet clásico.
Pero los problemas tampoco terminan ni aun en los tiempos de paz. La ciudad de Dresde sufrirá las consecuencias de la división de Alemania, y en el reparto queda bajo el dominio soviético. La presión del régimen stalinista se vuelve cada vez más asfixiante. En 1949 la escuela de Gret Palucca es nacionalizada. Sin embargo, la fama de Eva Van Dyk se extiende hasta el punto de proponerle su traslado a Moscú. Pero la bailarina desea vivir en libertad, decide escaparse y logra llegar hasta Suiza donde se reúne con su madre. Es entonces cuando abandona el apellido Van Dyk y lo oculta para siempre bajo el nombre artístico de Eva Borg.
Su carrera resurge bajo una nueva identidad, y es contratada por la Ópera de Wiesbaden como Primera bailarina y coreógrafa.
Pero el destino de Eva está en París, ciudad a la que acude con frecuencia para actuar y perfeccionar su arte, recibiendo clases de los grandes maestros que habitan en la capital francesa (Preobrajenska, Volinin, Zvereff, Kniaseff... ). Es allí, en el Palais Garnier, donde conoce a la mujer que cambiará su vida: la pintora Monique Lancelot, un destacada figura de los círculos intelectuales que se mueven en torno a la escéna parisina. Monique es amiga de los más célebres artistas, como Jean Cocteau, para quien ilustra un libro sobre teatro editado en 1953. Pero su mayor aportación a la escena está junto a Serge Lifar, Director del Ballet de la Ópera de París, con quien colabora estrechamente.
Lifar admira tanto a Monique Lancelot, que le cede un estudio en el propio Palais Garnier, para pintar escenas de danza, figurines, las anotaciones de los pasos de las coreografías... La pintora es además una ferviente admiradora de España y su cultura.
Eva Borg ha sufrido mucho, y el temor a una posible represalia por parte de los comunistas anida en su interior. En España se siente segura y será un lugar que visitará con frecuencia, siendo contratada en numerosas ocasiones para impartir cursos de ballet clásico.
Fue durante una de sus estancias en nuestro país -poco antes de trasladarse a Roma, donde será contratada por Anton Dolin como bailarina estrella de la Ópera-, cuando gracias a su amistad con un conocido productor cinematográfico, podemos ver el único testimonio filmado de Eva Borg bailando. Es un fragmento de la película “La violetera” protagonizada por Sara Montiel.
Poco a poco Eva y Monique van concibiendo su idea de fundar algún día la que será la primera compañía de ballet clásico que hubo en España. Pero estos sueños se entretejen con otros, y los deseos de estas dos grandes artistas convergen con los de unos niños, a los que todavía no conocen ni imaginan siquiera su existencia.
Es difícil olvidar el testimonio de Mercedes Suárez, actual directora del Centro Coreográfico Gallego. Ella era una niña que vivía en un pueblo de Galicia. Su padre era el dueño del cinematógrafo local. Una noche vio proyectada sobre la pantalla una escena que marcó su vida. Era Eva Borg bailando en “La violetera”. Desde ese preciso instante no quiso ser otra cosa sino aquel ser blanco y alado al que vio deslizarse sobre las puntas, y que nunca podría olvidar. ¿Quién podría augurar entonces que unos años después aquella niña sería bailarina en la compañía Ballet Clásico de Eva Borg?
Raúl Cárdenes también fue uno de esos niños...
MERCEDES ALBI
(entrevista a Raúl Cárdenes)