Ha sido muy acertado por parte del Teatro Real programar “El Amor Brujo” a las puertas del centenario de su creación, que se celebrará en el 2015. Ha pasado un siglo desde el momento en que el gran Manuel de Falla regresara de París -a consecuencia del estallido de la Primera Guerra Mundial-, su lugar de residencia durante ocho años. Allí se había marchado harto de tanta incomprensión y de que no se pudiera estrenar en España -especialmente en el Teatro Real, que era donde correspondía- su ópera “La Vida Breve” (1905). De nada sirvió que la obra hubiera sido galardonada con el premio de la Real Academia de Bellas Artes de Madrid, la excelsa partitura durmió durante años en el fondo de un cajón hasta su estreno en Niza. Existe, por tanto, una deuda de naturaleza moral contraída con el más grande de nuestros compositores, por lo que espero y deseo que en este año de conmemoraciones, la música de “El Amor Brujo” suene y se represente en todas sus versiones, desde la maravillosa “pantomima coreográfica” creada para Pastora Imperio (1915), al ballet que Antonia Mercé y Vicente Escudero estrenaron en París (1925), dirigiendo la orquesta el mismo Manuel de Falla.
“El Amor Brujo” de Víctor Ullate tiene luces y sombras, grandes aciertos que contrastan con alguna escena, a mi parecer menos conseguida (el aquelarre de bailarines-murciélagos).
Se abre el telón y nos sumergimos en una atmósfera escénica exquisita con tintes de noche tornasolada, en donde se desenvuelve el drama. La iluminación, el vestuario, el equilibrio de colores son muestras evidentes de una magnífica dirección artística, que cuenta con un gran equipo capaz de crearla, además de unos bailarines con buen nivel.
Víctor Ullate ha sido muy generoso, no ha escatimado medios.
Uno de los grandes aciertos ha sido escoger como director de orquesta a Josep Vicent, a quien estoy segura de que, si Don Manuel de Falla levantara la cabeza, felicitaría complacido. Dirigió con sensibilidad, extrajo los matices sutiles de la música, sin menoscabo del brío que requiere la partitura.
Otro de los aciertos fue contar con la presencia de Rubén Olmo. El arte de Rubén no necesita ni de la música, como demuestra en un solo que baila al silencio, ataviado con una impresionante capa negra que juega con los brillos de su forro verde irisado, y efectuando unos giros perfectos con toda la elegancia que caracteriza su danza.
También disfrutamos del gran bailarín en que se ha convertido Josué Ullate, el cual parece poseer un cuerpo que no conoce los límites, siendo capaz de acometer cualquier proeza sin aparente esfuerzo y con una técnica impecable. Candela, interpretada por Marlen Fuerte, mostró sobre la escena su gran ductilidad. El resto de los papeles: Lucía (Ksenia Abbazova), el Espectro (Cristian Oliveri), la pitonias (Leyre Castresana) así como el cuerpo de baile, fueron un claro ejemplo del buen hacer de la compañía.
No cabe duda de que Estrella Morente es un personaje mediático, un polo de atracción para el público. En estos tiempos en que el Ballet de la Comunidad de Madrid afronta los recortes, y sobrevive a pesar de la crisis, acometiendo además una producción carísima en el Teatro Real... ¿Es un acierto o un desacierto contar con la presencia de una cantante cuya voz carece de la envergadura suficiente para salir airosa de este reto? La dificultad quiso solventarse añadiendo a la obra canciones más asequibles a su registro, lo cual desvirtuó la partitura, algo a lo que también contribuyeron los “añadidos” musicales, destacando el que acompasó al tremebundo aquelarre de bailarines-murciélagos.
Admiramos el gran trabajo desarrollado por Víctor Ullate, que mantiene contra viento y marea, a base de lucha y constancia, a nuestro pequeño gran Ballet de la Comunidad de Madrid. Y aconsejamos no perderse este Amor Brujo, en el que las luces superan los momentos de sombra, lo cual incluso es un factor que actúa en consonancia con el argumento, pues en su trama subyace una lucha entre el bien y el mal, lo bueno y lo malo, lo sublime y lo ridículo.
MERCEDES ALBI
(Fotografías Javier del Real)