“La Bella Durmiente” de Mats Ek en los Teatros del Canal interpretada por Les Grands Ballets Canadiens de Montreal ha generado mucha expectación.
El ballet original creado por Petipa se estrenó en 1890 con la famosa música de Tchaikovsky y su argumento estaba basado en el cuento “ La Bella Durmiente del Bosque”, escrito por Charles Perrault en 1697.
Desde su estreno se han realizado numerosas versiones, como la que estrenaron Los Ballets Rusos de Diaghilev en 1921, diseñada por Leo Bakst. Aurora fué la etérea Olga Spesivzeva, y el Príncipe, Pierre Vladimorov; como curiosidad, no debemos olvidar, que una bailaora española María D´Albaicín -hija de Agustina, La Reina-, interpretó el Hada de las Lilas.
Posteriormente, se pueden destacar las coreografías de Grigorovic (1963), Mary Skeaping (1955), Robert Helpmann (1960), Rudolf Nureyev (1966), Roland Petit (1990), Antony Dowell (1994), y otras más actuales como la Bella Dorment del Bosc de David Campos (2009).
Mats Ek, parte de una idea muy original que sustituye el pinchado tradicional de Aurora con el huso de la rueca, por un pinchazo de consecuencias más sórdidas, como es el de una jeringa de heroína. Enfrentarse así a la dulce partitura de Tcahicovsky supone asumir un gran riesgo, que genera el eterno debate sobre si un clásico debe respetarse tal y como es. Este coreógrafo nunca tuvo reparos en adaptar las obras de repertorio a su manera, y su resultado nunca es regular. Hace unos años vimos su “Giselle” con camisa de fuerza en un psiquiátrico en una versión exenta de la dulzura y la poesía que emana el personaje clásico.
Sin embargo, esta vez acertó. Los personajes de la Bella Durmiente se humanizan y se hacen más cercanos, por eso este ballet atrapa desde el primer momento, porque posee una dramaturgia enclave surrelista que engancha.
La Bella Durmiente combina sensaciones enfrentadas, alegres en algunos momentos y terriblemente desgarradoras en otros, pues acierta narrando la tragedia con golpes de humor.
Aurora no es una dulce princesita sino una adolescente inconformista, moderna y mimada, la cual se enamora de un heroinómano (Carbosse). En la versión tradicional sería la bruja, pero en la de Ek, el drogadicto es el símbolo del mal. Aurora se sumerge por el pinchazo de una jeringa de heroína en un sueño interminable…. Hasta que llega el Príncipe Desire, símbolo del bien, a despertarla, y la obra finaliza de una manera totalmente sorprendente y fuera de los cánones.
La coreografía de Mats Ek es un universo de colores, como un pequeño microcosmos que se basa en el deseo de comunicar el alma de los personajes a través del cuerpo; cada paso expresa algo, como si los bailarines, más que bailar, recitasen. Destacan los sinuosos arabesques y los brazos en trapecio, los magníficos solos y dúos, y los bailes de conjunto. Es una coreografía muy elaborada y enérgica, muy a ras de suelo, que da cabida a todos los estilos de danza, incluidas las zapatillas de punta y los tutùs en la segunda parte.
Los bailarines en muchas ocasiones hablan en inglés y francés, e incluso gritan para dar verosimilitud a la obra y provocar situaciones cómicas.
Hay escenas impactantes, como la del hospital, donde aparecen las cuatro hadas (Oro, Esmeralda, Plata y Rubí) que en esta ocasión son enfermeras.
En cuanto a los bailarines de Les Grands Ballets Canadiens, son excelentes, tanto por su técnica como por su capacidad dramática.
Destacan los dos protagonistas, Graziella Lorriaux (Aurora), una bailarina muy expresiva y versátil, y Edi Blloshmi (Carbosse), con sus estupendos saltos, y ambos en los pas de deux. Mahomi Endoh interpretò a una Reina Silvia efectiva y real, en su papel de Madre super protectora.
En resumen, un ballet sorprendente que fue muy del agrado del público que llenaba la Sala del Teatro del Canal
PAOLA PANIZZA
-Fotografías John Hall (2 primeras) y Erza Belle (última)-