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El último Nijinsky: Till Eulenspiegel (3)

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Nijinsky, libre al fin de su cautiverio, llega a Nueva York, donde se reúne con los Ballets Rusos. El martes 4 de abril de 1916, Diaghilev espera en el puerto para dar la bienvenida a la familia Nijinsky, que viaja en el barco francés “Espagne”. El empresario ruso obsequia a Romola con un ramo de flores y Nijinsky le presenta a la pequeña Kyra. Todo aparenta calma y felicidad. Sin embargo Diaghilev, que había movido cielo y la tierra para liberarles, no se imagina los problemas que se le avecinan.

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No hubo agradecimiento alguno hacia él por todas las gestiones realizadas. Nijinsky, alentado por su esposa, había demandado a Diaghilev en 1914 por los salarios atrasados, y le exige ahora su abono, que ascendía según Romola, a medio millón de francos de oro.

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Diaghilev se encontró entre la espada y la pared, pues no podía defenderse de las acusaciones de impago desvelando la verdera naturaleza de su relación con Nijinsky, al que había costeado todos los gastos, incluso los de su madre, durante años. Por un lado, estaba el contrato firmado con el Metropolitan donde se comprometía a que Nijinsky bailase; y por otro, las reivindicaciones económicas imposibles que pretendía. Además, las disputas no se quedaron en el ámbito de la privacidad, sino que trascendieron a la prensa, dando lugar a titulares como: “El ex-prisionero de guerra no moverá ni un dedo del pie hasta que no se le suba la cuota” (New York Tribune); “El famoso bailarín dice que no se han cumplido sus condiciones económicas” (New York Times)...

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Finalmente, Otto Khan, el empresario que les contrató, accede a abonar a Nijinsky 3.000 dólares por semana -bastante menos que su solicitud inicial de 80.000 dólares- más un porcentaje de la recaudación de la compañía. El público de Estados Unidos está deseoso de ver bailar a Nijinsky y Otto Khan, consciente de ello, tiene la intención de contratarle para la siguiente temporada, si bien, como los Nijinsky y Diaghilev se llevan a matar, decide contratar a los Ballets Rusos bajo la única dirección del gran bailarín.

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Diaghilev, harto de problemas, accede a la propuesta, pues necesita dinero para que la compañía pueda sobrevivir durante los tiempos de guerra, y prefiere quedarse en Italia con Massine mientras los Ballets Rusos parten de nuevo, rumbo a Nueva York, para desde allí iniciar una gira por toda norteamérica.

Nijinsky estrenará entonces el “Till Eulenspiegel”, la única obra de su compañía que nunca verá Diaghilev.

Gracias a la amabilidad y sabiduría de Roger Salas, quien publicó en El País (Babelia, 5 de febrero, 1994) un interesante artículo titulado “Till, resucita en París”, tenemos noticias de la existencia de una testigo de excepción, que participó en el estreno: la bailarina Valentina Kachuba. Fue ella quien, con una cámara kodak de dos dólares realizó unas fotografías de un valor histórico impagable. Según me contó el propio Roger, Valentina hizo las fotos para no olvidar el modo en que el propio Nijinsky les había maquillado. E incluso existe una fotografía en la que se puede ver al artista durante el proceso.

Valentina Kachuba (1898-1995) sería además una de las pioneras del ballet en España, pues los avatares de su larga vida hicieron que finalmente se estableciera en Madrid, donde todavía hoy existe la academia de danza que lleva su nombre.

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Valentina nació en Samarkanda el 14 de mayo de 1898, siendo hija de una princesa rusa y un coronel del ejército del zar. Entró en la compañía de los Ballets Rusos al cumplir los 15 años, y destacaba por su gran belleza, que no pasó desapercibida a nuestro monarca Alfonso XIII, el cual la llamaba “la bailarina de los rizos de oro”. Valentina bailó tanto en la compañía de Diaghilev como en la de Ana Pavlova, quien la despidió por celos, pues no soportaba que su hermosura pudiera eclipsarla.

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Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó para el ejército nazi como intérprete en Ucrania, y es posible que estuviera casada con algún militar de alto rango. Lo cierto es que, finalizado el conflicto, se estableció en España. Los “rusos blancos” -término que se emplea para denominar a los nobles y partidarios del zar, obligados a huír de su país por causa de la revolución soviética- anhelaban volver a Rusia. Este colectivo mostró equivocadamente su simpatía hacia los nazis, ya que estos luchaban contra su propio y sanguinario enemigo: Stalin. Nunca debemos juzgar la historia con los ojos de hoy sin comprender los sentimientos de los que habitaron el pasado, como los rusos blancos que habían perdido todo -incluso la vida de familiares y amigos- sin poder regresar nunca más a su patria. No se les puede reprochar que mostrasen simpatía hacia aquellos que combatían contra los soviéticos. Simplemente anhelaban la caída del régimen para poder regresar a Rusia.

Valentina viviría el resto de su vida en España, llegando a centenaria. Ella misma presumía de ser la única persona que quedaba en este mundo que había mirado a los ojos del zar.

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Sus fotografías son un tesoro. También las que conservó de la visita de los Ballets Rusos a la Alhambra de Granada, que se custodian actualmente en el archivo de la Fundación Manuel de Falla.

(continuará)

MERCEDES ALBI

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