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Una Carmen en rojo sobre sueños en blanco y negro


Se levanta el día, suena una campana, un niño vestido de blanco juega con su balón. Aparece la sombra, le quita su juguete, pierde la inocencia.


Esta introducción tan sencilla funciona a modo de obertura narrativa, es la síntesis simbólica de lo que va a ser la acción del ballet. Una obra muy ágil en su primer acto, y onírica en el segundo. La "Carmen" de Johan Inger es sutil, porque sustenta la historia de la cigarrera de Sevilla con insinuaciones, basándose en unos pocos gestos que la identifican perfectamente con el mito. No hace falta la evidencia, la trama se mantiene en lo esencial con un mínimo de elementos, pero totalmente coordinados y perfectos cada uno en sí.


Carmen aparece, es distinta, resplandece por la sensualidad de su danza magnífica y por su traje rojo, que contrasta con los tonos apagados del resto. Los volantes dejan entrever veladamente el toque hispano, y el simple gesto de dar una calada a un inexistente pitillo nos recuerda su oficio.


Toda la coreografía del primer acto posee una narrativa de acción trepidante: la pelea entre mujeres, Don José que la detiene, ella que lo seduce y él que, al dejarla escapar, pierde su condición de militar. Y de nuevo el gesto que desde la simplicidad lo dice todo: le quitan sus galones y automaticamente queda convertido en un portero. Pasa de ser el protagonista de una historia de amor, a observador mendicante de una simple caricia de Carmen, a la que busca con desesperación, sin poderla atrapar.


Los personajes están perfectamente caracterizados, Don José (Dean Vervoort) tiene la cualidad de un ser normal, un bailarín muy expresivo con el que cualquiera podría identificarse; Carmen (Emilia Gisladöttir), con una danza sensual, dúctil, atrayente... Y el torero (Isaac Montlor), también un excelente bailarín, con ese toque macarra de estrella del rock, no pierde por ello una personalidad llena de magnetismo e incluso algún rasgo de humor.


El niño (Jessica Lyall) está vestido de negro en el segundo acto. La conciencia de Don José ya se ha pervertido, se ha vuelto negra. Sin embargo sigue soñando, y ambos se convierten, junto con Carmen, en una familia feliz. Es el niño que nunca llegó a nacer. Un niño que, como Don José, destroza finalmente su muñeca, porque también el niño es él. Esta pluralidad de significados que contiene el personaje infantil confiere a la obra un gran peso simbólico, que llega a estremecer.


La violencia y la soledad se han adueñado de todo.


El silencio se hace chirriante y, a pesar de la ausencia de sonido,el niño se tapa los oidos en un último gesto.


La puesta en escena es magnífica, limpia, con muros que atrapan y se tornan laberintos que confunden, porque el amor de Don José no da la libertad, sino que aprisiona cada vez más y más.


La música creada por Marc Alvárez es excelente, ceñida a la acción, y prolonga los significados de las ricas emociones que contiene la obra. La partitura está muy bien orquestada, y las variaciones que hace sobre los temas de los personajes potencian ese universo lleno de sugerencias. El tema del torero, por ejemplo, que aparece en el segundo acto al son de una melancólica trompeta cuyo sonido se interrumpirá con una electro-acústica vibrante, cuando aparezcan las sombras, demonios de los celos.


El ballet "Carmen" significa la consolidación de José Carlos Martínez como gran director de compañía. Mejora con cada nuevo ballet, y selecciona unas obras muy exportables, llenas de talento, que serán un triunfo seguro para cualquier escenario del mundo.


Felicitaciones a todos!!!

MERCEDES ALBI

(Fotografía Jesús Vallinas)

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