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"Alento" y "Zaguán", innovación y raíz de una España imaginada


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Los ojos nuevos encuentran siempre nuevas cosas, y tal vez los que tenemos la vista algo cansada hemos perdido esa inocencia del niño, de aquel que descubre la realidad alejado de ideas preconcebidas. El público se deja guiar mucho mejor por la grata impresión de un espectáculo sin plantearse como debería o no debería ser, y por eso son los espectadores los que conectan plenamente con la frescura de este nuevo “Alento”, que el director de nuestro Ballet Nacional de España, Antonio Najarro, ha querido transmitir.


Lo cierto es que, gracias a la buena labor de Najarro, el Ballet Nacional se encuentra en unas condiciones óptimas, con un elenco que es una verdera joya, engarzada con las magníficas gemas que son sus bailarines. La coreografía de "Alento" les ha enfrentado al desafío de ampliar su rico registro dancístico incluyéndoles pasos que no son de danza española. Y es que el nuevo ballet tiene un toque "ginger", ligero, versátil, que los danzantes asumen, aunque estén formados para otros horizontes. Sus facultades quedan muy por encima de una coreografía de complicado aprendizaje, pero en la que no terminan de encontrar su adecuado lucimiento. "Alento" podría compararse, en cierta forma, al dueño de un Ferrari que se limitase a conducirlo en primera, aunque a medida que avanza el espectáculo, el conductor se va haciendo con el vehículo y aumenta su potencia.


Antonio Najarro se ha arriesgado, ha querido ir más allá, obteniendo un resultado muy original que sería ideal para un compañía de autor, pero que no es apropiado para lo que debe significar un Ballet Nacional de España: un escaparate de la riqueza de nuestro arte -algo que sí se logró con "Sorolla"-. El BNE tiene un peso y una responsabilidad diferente, su obligación ineludible es la de trasmitir el importante legado de la cultura española al mundo.


"Alento" poco tiene de España. La música parece extraída de una serie televisiva, el vestuario tampoco destacó, aunque la iluminación fue prodigiosa. La obra fue mejorando a medida que avanzaba hasta la escena final, que resultó impactante y muy plástica.


El ballet "Zaguán", exhibido a continuación, busca su conexión con el pasado. Contiene varios temas que se podrían haber unificado en la historia de la "Carmecita", una desconocida bailarina, entre bolera y sicalíptica, que filmó Thomas Edison en la norteamérica de finales del XIX.


La idea está solo contenida en los tangos de la Lupi -su trama es la despedida de Carmencita, que marcha al nuevo mundo-, pero por desgracia "Zaguán" carece de hilo conductor, y lo limita a ser un ballet irregular, aunque con muy buenos momentos. Se echa de menos una obra sólida, sin fragmentación, un trabajo único capaz de cohesionar, lo cual es imposible si un mismo ballet se encarga a cuatro coreógrafos diferentes.


De Marcos Flores destacó su güajira, danzada por hombres; las alegrías con bata de cola de Mercedes Ruiz fue un paso a dos sustentado en la destreza de sus intérpretes, pues en él no parecía existir coreografía alguna; los tangos de La Lupi supieron a poco -hubiera sido posible crear un único ballet basado en esta reunión de bailaoras históricas-, y la "Soleá del Mantón" fue el momento cumbre, rematado con un emotivo final.


El vestuario de Jaiza Pinillos es maravilloso, confeccionado con un barroquismo exquisito, cada traje es una pieza digna de ser admirada en las vitrinas de un museo. Los vestidos de Jaiza fueron la perfecta prolongación que todo arte necesita para salir, latir, surgir y emocionar. Sobre escena refulgía con la danza el vuelo de las telas, las texturas, la combinación de colores entre ténue y osada... Magnífico.


Al terminar la representación uno siente ganas de volver a ver "Alento" y "Zaguán". Son obras que no se agotan en una sola "visita" porque rebosan talento. Resaltar aquellos elementos susceptibles de mejora forma parte del anhelo de perfección que al que debe aspirar toda disciplina artística, y el Ballet Nacional de España debe cumplir su misión fundamental que no es otra sino la de ser la obra de arte total de la cultura española.


Pero más allá de los matices, de los posible defectos de enfoque que haya sufrido este espectáculo, permanece el éxito del BNE. Su triunfo se puede palpar y sentir en su verdadera dimensión, a través de la emoción del público. Esto es así gracias a la labor de su director, Antonio Najarro, y de los artistas que se dejan la piel para que el telón se alce una y otra vez entre ovaciones.


Solo hace falta ajustar un poco las tuercas del motor para que el coche alcance la velocidad adecuada: la de la luz. No podemos contentarnos con menos.


MERCEDES ALBI

(Fotografía María Alperi)


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