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"Homenaje a Antonio Ruiz Soler": un gran acierto del Ballet Nacional


El pasado 22 de junio ha tenido lugar “de facto” en el Teatro de la Zarzuela, el tan esperado estreno del espectáculo con el que el Ballet Nacional de España rinde tributo al gran Antonio Ruiz Soler en el 20 aniversario de su fallecimiento. Finalmente el maestro, a quien tanto debe la danza española, iba a recibir el homenaje merecido. No cabía un alfiler. Reinaba un ambiente de expectación y, por qué no decirlo, casi de impaciencia.


En el momento de alzarse el telón para dar paso a la primera pieza, “Eritaña”, muy bajito, pudo escucharse una exclamación del público: "¡Oh!": la iluminación, el colorido del vestuario, los bailarines… Era el presagio de una noche excepcional.


Albéniz compuso “Eritaña” encontrándose ya enfermo -apenas le quedaban unos meses de vida- como colofón del cuarto y último cuaderno de la “Suite Iberia”, que se estrenaría en 1909 en París. Y sin embargo para este final, cuya primera partitura ha sido recuperada por Manuel Coves, escoge el alegre ritmo de sevillanas. Arturo Rubinstein, en sus memorias, describía la obra, situada en una venta a las afueras de Sevilla “donde los señoritos se emborrachaban mientras las gitanas bailaban y cantaban”.


Antonio estrenaría “Eritaña” en 1960, en el Teatro de Liceo de Barcelona, y su coreografía, en clave bolera, fue exquisitamente interpretada por los bailarines del BNE, destacando la pareja principal: Aloña Alonso y Eduardo Martínez.


A la delicadeza coreográfica y musical de “Eritaña” siguió el arrebato del “Taranto”, cuyo montaje ha contado con el asesoramiento de la que fuera primera bailarina de la compañía de Antonio, Carmen Rojas.


Esther Jurado enardeció al auditorio bailando un “Taranto” vigoroso y racial que la hizo dueña y señora del escenario.


No menos aclamado fue Mariano Bernal. En un alarde de virtuosismo, dibujó un “Zapateado” de antología, unas veces acompañado al violín y al piano, y otras, sencillamente “a capella “ que hizo saltar las bisagras del teatro.


Antonio estrenó su versión del “Zapateado” de Sarasate en el Teatro de Bellas Artes de México, en 1946. Pablo Sarasate lo había compuesto originalmente para piano y violín en 1880, dentro del segundo de sus libros de “Danzas Españolas”, y su ritmo vehemente incluye una continua contraposición de “staccatos” y “pizzicatos” traducida para la danza en el diálogo entre los instrumentos y el bailarín.


La “Fantasía Galaica” se estrenó en el V Festival Internacional de Música y Danza de Granada, el 30 de junio de 1956, con música de Ernesto Halffter –la partitura original ha sido también rescatada por el director musical para la ocasión- constituyendo un claro testimonio del talento de Antonio para estilizar las danzas tradicionales y dotarlas de un contenido escénico, ejemplo seguido en fechas más cercanas por el actual director del BNE, Antonio Najarro, con el ballet “Sorolla”.


Con su actuación en esta “Fantasía”, los bailarines del BNE volvieron a dejar patente su solvencia artística, en particular la pareja principal, Débora Martínez y Sergio Bernal, que mostraron una plenitud de facultades, y conmovieron igualmente en los fragmentos más alegres, a ritmo de muñeira, y en los más líricos, como el paso a dos.


Antonio concibió su coreografía de “El Sombrero de Tres Picos” tras bailar el papel del molinero en Milán. Considerando que se hacía necesario “españolizar” la versión de Massine de 1919, concebida para los Ballets Rusos de Diaghilev, Antonio estrenaría su propia versión en 1958, en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada.


Contemplar el decorado y el vestuario originales, diseñados por Pablo Picasso para el estreno de Londres y rehechos ahora tras una encomiable labor de documentación, supone una delicia de los sentidos. La brillantez del elenco se vio realzada por el baile vibrante de Aloña Alonso y la magnífica danza del molinero de Francisco Velasco, buen conocedor de este papel, al que se entrega por completo.


Al igual que en el caso del “Zapateado”, para la “Danza del Molinero” se ha contado con el asesoramiento del maestro Carlos Vilán, que interpretó estos papeles bajo la dirección del mismo Antonio Ruiz Soler.


La Orquesta de la Comunidad de Madrid, bajo la dirección de Manuel Coves, elevó la música de Manuel de Falla a su máxima expresión, contextualizando el paroxismo rítmico de los bailarines en una explosión final de música y color que enardeció al público.


Llegó el momento de los aplausos, el teatro se venía abajo. Sobre escena los maestros Carmen Rojas, Cristina Visús, Maribel Gallardo y Carlos Vilán recibieron una emocionada ovación, que alcanzó su culmen cuando apareció Antonio Najarro. Un aplauso nacido de muchos recuerdos, de lo más bello del arte español que ellos transmiten como un gran tesoro, que sobre las contingencias y la adversidad de las circunstancias siempre estará vivo, porque nadie puede arrebatarnos lo que se siente desde el corazón.


GABRIEL M. OLIVARES

Fotografía María Alperi








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