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Éxito del ballet "Sorolla" en el Teatro Real



Con un lleno absoluto y las localidades agotadas para todas las funciones, el Ballet Nacional ha irrumpido en el escenario del Teato Real con fuerza extraordinaria.


La agrupación dirigida por Antonio Najarro ha demostrado una vez más su solvencia poniendo a la danza española en el lugar que le corresponde, y como ya sucedió con su estreno en el Liceo, ha salido reforzada con la interpretación de la orquesta, en este caso la del Real, bajo la briosa batuta de Manuel Coves.



Al aceptar el encargo de la Hispanic Society de Nueva York, Joaquín Sorolla se enfrentaba a una labor titánica: en primer lugar, por las enormes proporciones de los lienzos, y en segundo lugar, porque reflejar toda la variedad y la riqueza de nuestra cultura era un reto que solo un genio podía afrontar.


Artistas como Picasso, Zuloaga, o el propio Sorolla, compositores como Albéniz, Granados, Manuel de Falla, Joaquín Rodrigo, Joaquín Turina... Sintieron una fascinación por lo español que inspiró sus mejores creaciones. Fascinación que fue compartida por músicos como Bizet, Glinka, Korsakov, Debussy o Ravel, y en el ámbito concreto del ballet por compositores como Tchaikovsky o Minkus y por figuras como Diaghilev, Massine o Lifar...


En esta misma línea, "Sorolla" encuentra en  el folklore español  la  fuente de inspiración para crear algo nuevo.


La música de Juan José Colomer estiliza la música tradicional para llevarla al ámbito de lo sinfónico, haciendo uso del "leitmotiv" para garantizar la cohesión de la partitura, y de una orquestación rebosante de matices: el lirismo de la introducción, el aliento ancestral de la Fiesta del Pan y del aurresku, la solemnidad de los penitentes, la vitalidad de los toreros o el frenesí de la enardecida "muñeira".


Las composiciones de Paco de Lucía y de Enrique Bermúdez, ponen acentos flamencos en las voces bellamente entrelazadas de Saray  Muñoz y María Mezcle.



Las coreografías, pese a ser de autores diversos, van fluyendo con transiciones casi poéticas. Al vigor exultante de las tres piezas de Miguel Fuente (“La Romería”, “Los Bolos” y “La Jota”), Arantxa Carmona añade su particular alma poética (“Extremadura”, “El Mercado”, “La Fiesta del Pan”, “El Pescado”, “Las Grupas” y “El Palmeral” -que Inma Salomón volvió a protagonizar sola, como en la primera pieza, danzando con gran elegancia-; Manuel Liñán irrumpe entre las coreografías poniendo su nota flamenca con “El Encierro”, que interpretaron con arte Eduardo Martínez y José Manuel Benítez. Eduardo bailó muchas piezas, tal vez fue el bailarín que participó en mayor número de danzas,  demostrando la amplitud de su registro y la solidez de su técnica, destacó también en el paso a dos de “El Pescado” que bailó con una Miriam Mendoza llena de gracia.


Sergio Bernal brilló en su aparición como un dios, cuando salió al escenario portado sobre una plataforma a hombros de sus compañeros en “Los Bolos”.


Antonio Najarro, director artístico del BNE, coreografíó algunas de las piezas con su genio versátil e imaginativo, que  arriesgó al límite en "Los Nazarenos" y regresó al clasicismo con “Los Toreros”, donde el elenco de bailarines supera con creces la prueba de fuego del virtuosismo bolero con la perfecta coordinación que exige la pieza. Y el gran talento de Antonio no se queda ahí sino que participa junto con Liñán en el cuadro final, “El Baile”, inspirado también en el cuadro de “La danza en el Café Novedades”, que tiene una reina: la bailarina principal, Esther Jurado.


No puede dejarse de alabar el vestuario de Nicolás Vaudelet, pues a pesar de no ser español ha sabido profundizar en el significado y la variedad de nuestros trajes regionales. Los reinterpretó con gran acierto. Por una parte, logra simplificar los  vestidos sin que pierdan su esencia, y en ocasiones les confiere un halo etéreo, una preciosista paleta de colores que fluyen con la luz gracias al efecto de la estampación fluorescente sobre las telas.


Menos afortunadas se desvelan  algunas de las proyecciones utilizadas como fondo, excesivamente oscuras -sorprende el empleo del negro y del rojo, los colores menos utilizados por Sorolla - a diferencia de la luminosidad característica de la obra del pintor.


Lo cierto es que el ballet “Sorolla” cosecha éxitos allá por donde va. El público sale impresionado y aplaude con emoción.  Realmente, nos encontramos ante una obra que responde al concepto de "Gesamtkunstwerk", acuñado por Wagner para referirse a una obra de arte total, porque en él confluyen diversas disciplinas estéticas construyendo un edificio de danzas que es un verdadero mosaico único.


Es la suma frente a la sustracción, la armonía frente al grito, el vínculo frente al rechazo.


GABRIEL M. OLIVARES

Fotografías: Stanislav  Belyaevski

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