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Desde la raíces de lo eterno: "Un Arte llamado Jota" (crítica)



Estos días, conmemorando el 225 aniversario del Teatro Principal de Zaragoza, la Academia de las Artes del Folklore y la Jota capitanea una nueva hazaña, cual es subir al escenario a unos noventa artistas que lanzaron esa "flecha que va del corazón al cielo": la jota.


Agradezco como valenciana que me hayan transmitido su emoción, porque la vida continúa a pesar de las terribles vicisitudes que anegan nuestros sentimientos. El dolor se atenúa porque existe gente como estos artistas, que despliegan sus alas desde las raices más profundas.


Vienen a mi mente las palabras del poeta Marcial (40-150 d.c.): "nosotros, que nacimos de celtas y de íberos, no nos cause vergüenza, sino satisfacción agradecida, hacer sonar en nuestros versos los broncos nombres de la tierra nuestra". El poeta hijo de Bílbilis -antigua Calatayud- se reconoce celtíbero, y ahí está el hecho de que la jota emparenta con las danzas celtas a las que se añade la castañuela íbera. La expansión del baile sigue la línea del Ebro y de la reconquista, y evoluciona en las diferentes modalidades que pueblan la península, por lo que la jota es un poco de todos.


La poesía ha estado presente en "Un Arte llamado Jota", ha sido a modo de introducción de las sucesivas piezas, pero jamás perturbando ni el canto ni la danza, sino complementando su belleza. La voz en off fue de María Nadal - y una pieza por Carlos Gómez- sonó con los textos de Miguel Angel Justa, pero además de Echegaray, Mario Benedetti, Rosalía de Castro...


Nos han conducido a un itinerario exquisito pleno de significados, y siempre elegante, porque la jota verdadera así lo es, ajena a brusquedades que no necesita. Su esencia tantas veces perturbada por innecesarias acrobacias, adquiere en las coreografías de Carmelo Artiaga su significado. Él hace entender lo que es la jota aragonesa. Y no escatima en dificultad, porque los bailarines están, como se dice en el argot teatral "muy bien movidos". Las estructuras coreográficas se trazan con geometricidad compleja -incuso se mueven en aspa- lo que exige una enorme coordinación y muchísimo ensayo.


En la primera parte, el hilo de la sutilidad se engrandece para culminar de un modo más coral en la segunda.

Así, Marta Vela toca el piano y muestra, junto con la soprano Esmeralda Jiménez y la mezzo Susana Cabrero, la Aragonesa de Florencio Lahoz y la jota de Los Toreros, de Iradier, lo constituye el núcleo de sus investigaciones como musicóloga e investigadora. Marta es una fuera de serie, carece de falsos encumbramientos y no tiene reparos en ataviarse de aragonesa mientras toca; otro pianista, Alberto Menjón, interpreta a continuación, excelsamente, a Manuel de Falla, y de nuevo "las chicas" regresan con la evidencia de la internacionalización de la jota (como ha investigado Marta), en la composición de Pauline G. Viardot titulada  "Jota de los estudiantes".


Entonces aparecen en escena dos artistas que interpretan "El trust de los tenorios: el tenor Ignacio Prieto y un bailarín, que en el estreno fue Adrián Torres, que se alternará en sucesivos días con Adrián Saiz y Pablo Romanos, debido al gran alarde de virtuosismo que exige la obra. Adrian tenía trazas de escuela clásica y nos dejó con la sensación de que podría bailar lo que se propusiera, como si la mano de María de Ávila lo condujese, y es posible que la maestra continúe a través de ese hilo invisible que va de generación en generación y que convierte en maestos a los antiguos discípulos.


Los temas interpretados han estado muy bien sincronizados con el canto , sin que faltaran las piezas cumbre del repertorio dancístico (Gigantes y Cabezudos, Jota de la Dolores...) y musical.


El vestuario fue evolucionando desde lo tradicional a lo contemporáneo a medida que avanzaba el espectáculo, reforzando así la idea de la atemporalidad de la jota.

Justo antes del final también se "exorcizó" a Miguel Fleta, que fue traido al presente cuando el tenor Ignacio Prieto cantó el aria "Nessun Dorma" de Turandot, la ópera postuma que Puccini compuso con el deseo que de fuera cantada por el gran tenor aragonés.


El apoteósico final lo puso la Jota del Sombrero de Tres Picos con el elenco de artistas al completo:  el magnífico cuerpo de baile de la Academia de las Artes y el Folklore de la Jota de Aragón, acompañados por la soprano, la mezzo, el tenor y el coro Hiberivoces dirigido por Rubén Larrea.


Una noche inolvidable que cumplió con creces el propósito enunciado en su programa: "Si hay algo por lo que vale la pena vivir, es por contemplar la belleza".


MERCEDES ALBI

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