El mundo de los cuentos sube al escenario nuevamente en el Teatro de la Zarzuela, y es apasionante comprobar el efecto de lo que significa la maduración del tiempo en una producción cuyo pasado estreno nos dejó indiferentes.
La Compañía Nacional de Danza se encuentra en un momento complicado cual es la transición entre dos direcciones, de Joaquín de Luz a la recién llegada Muriel Romero. Muchas incógnitas planean sobre el posible rumbo a seguir pero es algo que no puede desvelarnos la programación de un título que estaba concertado en el pasado: un “hijo” de Joaquín, que está siendo criado por Muriel. Con estas funciones ella ha mostrado que es una madre solícita y muy trabajadora porque la compañía denotaba mayor solidez en la ejecución.
Este exquisito ballet en dos actos, creado en 1836 por August Bournonville, cuenta la historia de amor imposible entre un espítitu etéreo, la sílfide, y James. Se desarrolla en una mansión rural de la campiña escocesa, recreado por la escenografía de Elisa Sanz, donde se prepara la boda de Effie y James. El vestuario es de Tania Bakunova. La vieja Madge, dedicada a la nigromancia y la brujería, trama una cruel venganza en la que la sílfide muere víctima de un hechizo mortal.
La primera intriga a desvelar era si había habido algún cambio respecto al primitivo estreno. La reacción del público era diferente. El comentario general fue: “mucho mejor que la otra vez”. Sentí no tener una moviola que me hubiera posibilitado determinar con precisión la naturaleza del cambio. Incluso llegué a pensar que habían aligerado la coreografía. Todo parecía transcurrir con mayor movimiento y menor vacío.
El rodaje de la experiencia se ha sentido en una obra que es la misma y hasta nos ha parecido diferente. Sin embargo, no ha habido ningún cambio estructural más allá de la experiencia y el rodaje acumulado.
La danza es un arte tan efímero que muere en cada representación. Es evidente que nunca hay dos funciones iguales. Los espectadores cambiamos, pero la entrega se siente y la capacidad de conmover o se da o no se da, pero jamás es fruto de la improvisación, especialmente, si nos enfrentamos a un clásico. Un clásico siempre es un reto.
Giada Rossi, bella y delicada, ostentó el papel protagonista con emoción y gran mérito, si se tiene en cuenta que termina de superar una lesión; y Yanier Gómez fue también un James convincente, amparados por un elenco de solistas y cuerpo de baile acrisolado en quienes se puede confiar.
El rumbo a seguir lo marcará próximamente Muriel Romero. Hasta ese momento en que logre ser ella misma, la intriga seguirá planeando sobre los amantes de la compañía. José Carlos Martínez continúa siendo añorado. Y él sí que lo tuvo difícil porque hay que tener en cuenta que, cuando fue designado para suceder a Nacho Duato, partió de cero y actualmente es el Director Artístico del Ballet de la Ópera de París.
En realidad sobre la elección del repertorio lo que se debate es la idea, un tanto obsoleta, de si hay que programar clásicos de ballet o lanzarse el vacío de una novedad de corte contemporáneo.
Me conmovió mucho una niñita espectadora que tuve la suerte de que se sentara a mi lado. Tendría unos cinco años, se llamaba Alicia. Lo se porque nos hicimos amigas. Al inició pensé que se aburriría; me equivoqué. Supo ser transportada al mundo de las hadas y en ese viaje me mostró el sentimiento puro que la Compañía Nacional de Danza ha generado. Los niños nunca mienten. La entristeció que la Sílfide perdiera las alas y cuando al final su cuerpo era transportado por los aires, preguntó:
-¿Dónde va?
-Se marcha al cielo- respondí.
Es indudable que un ballet clásico tiene el público asegurado, y jamás debe ser menospreciado porque marca el latido de un arte que muere cuando carece de recepción. El arte necesita para sobrevivir ser amado, sin ese amor no existe.
MERCEDES ALBI
Fotografía Alba Muriel
Comments