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"Pharsalia". La plástica de Antonio Ruz es piel


Pharsalia. Fotografía de María Alperi

Ayer hemos asistido al feliz alumbramiento de una nueva criatura, se estrenó "Pharsalia" de Antonio Ruz en la Sala Roja de los Teatros del Canal. Y encontrándonos inmersos en un periodo de baja natalidad, presenciar este nacimiento nos reconcilia con el verdadero arte de la danza.


Imaginemos que el coreógrafo es un pintor ante un lienzo en blanco. Los hay más ricos, generalmente amparados por el manto de lo público, que disponiendo de una enorme paleta de colores, sin embargo, optan por la reproducción y acuden una y otra vez al Museo del Prado a copiar obras antiguas; otros se lanzan al vacío, porque sí son verdaderos artistas, se alimentan del reto, y desde la nada comienzan a crear un todo. Eso es "Pharsalia".


La poesía de Lucano -poeta cordobés del siglo I, sobrino del filósofo Séneca- nos habla, veinte siglos después, a través de la corporeidad.

Algunas estrofas del poema se declaman en latín, con unas voces en off asimiladas en un espacio sonoro que, más que música, es un latido. Todo está perfectamente integrado. El uso del latín acentúa ese carácter de germen, de pura raíz nuestra. Y, al mismo tiempo, subraya el eco sagrado de las letanías.


Al comienzo, sobre la escena aparecen un hombre y una mujer como si fuesen los primeros habitantes del planeta en formación, unos Adán y Eva originarios, en un paso a dos nada acelerado, de tintes escultóricos. Se separan, no se entienden, la violencia anida en los humanos desde su gestación.


La escenografía de Alejandro Andújar es exquisita. Se desarrolla en su mayor parte dentro de una burbuja, un mundo violento y atemporal que atrapa a sus bailarines-habitantes, en una guerra sin tregua. Caen, mueren, resucitan. El diseño lumínico de Olga García es de absoluta maestría. Crea campos de luces y sombras nada estáticos, sino llamativos y subyugantes. Ambos han creado ese ámbito perfecto para que la coreografía de Ruz y los bailarines trasciendan.


El elenco está sabiamente escogido. Todos los bailarines son distintos pero poseen excelente técnica y, sobre todo, mucha personalidad. Sus pasos y el desarrollo coreográfico están cargados de simbolismo estético. Por ejemplo, casi al final del abandono de la burbuja, la bailarina Alicia Najeros agrupa los cuerpos de sus compañeros caídos. Ella parece la mismísima personificación de Afrodita en el cuadro del Nacimiento de Venus, es totalmente "botticeliana".


La Compañía de Antonio Ruz abre ante nosotros un nuevo universo para hacernos reflexionar. Pharsalia es una especie de redención. En el final, los bailarines-habitantes salen de la burbuja, abandonan la atemporalidad y regresan a escena vestidos con atuendos contemporáneos. Son como nosotros, son el público, nos integran en un mundo del que nunca hemos dejado de formar parte.


Pharsalia despierta los sentidos. No se agota con verlo una solo vez. El espectador se sumerge en un auténtico "latens corpus". No hay fisuras, no hay fragmentación, la intensidad estética alcanza su máximo.


El público, más joven de lo habitual, llenaba el teatro y aplaudía con entusiasmo. Entre ellos había muchos bailarines del Ballet Nacional de España y artistas de gran talento, como Albert Hernández, que mostraron una gran impresión; pero fue la coreógrafa Pilar Villanueva la que me dio la mejor definición: cuando le pregunté admirada, "¿Has visto qué plástica?", me respondió "Es que la plástica de Antonio Ruz es piel".


MERCEDES ALBI

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