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Una Fiesta para la Danza: Gala del 35 Aniversario de la CND

La gala fue una auténtica fiesta de la danza. El esfuerzo realizado por José Carlos Martínez y por todos los miembros de la Compañía Nacional de Danza se dejó sentir, y se tradujo en una especie de catársis de felicidad que recorrió el patio de butacas.

Se abría el telón y cada pieza -dentro de la línea versatil y ecléctica de la CND- suponía una nueva aventura estética, musical, plena. Un ejemplo vivo de lo que el gran Diaghilev daba como único consejo a los artistas: “sorpréndeme”. Y fuimos sorprendidos.

Las cuatro horas que duró la gala pasaron sin sentir, destacando el gran mérito que tuvo el lograr unir en un mismo espectáculo tres grandes compañías, pues el Ballet Víctor Ullate y el Ballet Nacional de España participaban en tan especial homenaje.

Hubo momentos sublimes, como el pas de deux de “El Corsario”, donde el esclavo, Alessandro Riga, nos hizo contener el aliento; el solo de “Raymonda Divertimento” -coreografía de José Carlos Martínez- y “El Cisne” de Ricardo Cue, interpretado por Esteban Berlanga, una pieza de pura poesía donde belleza y muerte quedan indisolublemente unidas por la música de Saint Saëns.

Los nuevos creadores, entendiendo este matiz de “novedad” no en la malinterpretada acepción que restringe el término a “jóvenes de menos de 25 años”, sino refiriéndose a los profesionales que tras una larga y consolidada carrera dancística, se sienten maduros para emprender la coreográfica. Ellos fueron el gran descubrimiento de la noche. Así, especialmente sutil, sensible, conmovedora, fue “Aimless” bailada magistralmente por Tamako Akiyama y su creador, Dimo Kirilov Milev. También nacida de la misma entraña de la CND, la Compañía Imposible Danza, interpretó "Seis Minutos de Vida”, de Amaury Lebrun, una pieza intensa, bañada de una melancolía contenida, donde la soledad de los protagonistas queda unida por el hilo de la ausencia.

También hubo un lugar para el recuerdo. Y los bailarines de la CND hicieron regresar a la vida a Tony Fabré, transformándose en las notas de su partitura: “Violón d´Ingres”.

“Bolero”, obra de Víctor Ullate -uno de los más destacados discípulos de María de Ávila- danzado por los bailarines de su compañía, puso el acento sofisticado y personal del gran maestro y coreógrafo. En un café de los años 20, la tensión sexual, la atracción del hombre y de la mujer van “in crescendo”, tal y como la famosa melodía de Ravel se va intensificando hasta alcanzar su climax.

Después del segundo descanso, llegó el colofón. El Ballet Nacional de España subió al escenario “Ritmos” de Alberto Lorca, una obra estrenada en 1984 bajo la dirección de María de Ávila. Es un ejemplo de que las buenas coreografías perduran en el tiempo, y al volver a verlas siguen siendo tan actuales como hace treinta años. Pero la gran sorpresa de la noche la protagonizó Antonio Najarro, que volvió a las tablas de forma excepcional en tan señalada fecha, y demostró que con él, la danza ha perdido un gran intérprete, aunque ha ganado un gran director.

Esta fiesta de la danza concluyó con el energético “Minus 16” de Ohad Naharin. Fue una verdadera explosión de emociones. Cuando los bailarines descendieron al patio de butacas y escogieron a varias personas del público para bailar, todo se transformó en una especie de locura, una locura en la que todos participamos.

Y esa locura no es otra que la generada por la ilusión y el rebosante talento de nuestros artistas, que una vez más, contra viento y marea, se dejan la piel para entregarnos lo mejor de sí mismos.

MERCEDES ALBI

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