Afrontar el desarrollo coreográfico de una partitura tan sublime como El Mesias de Haendel, supone todo un reto. Mauricio Wariot traza sobre ella la estructura de su concepción, convirtiéndola en el elemento principal al que subordina todo lo demás. Por eso no reduce su significado, sino que lo dota de sentido y logra engrandeder aún más si cabe, lo que ya es grandioso en sí mismo.
¿Cómo lo logra? Manteniendo la pureza. El vestuario es muy simple, todos los bailarines visten de blanco, sobre un fondo que se ilumina con predominio de los tonos azules. La danza se estructura con movimientos geometricos y abundancia de simetrías, sin que sea necesaria una compleja ejecución técnica, o un especial virtuosismo. No distorsiona, armoniza. A pesar de la temática abstracta de la danza, alberga dentro de ella el significado profundo de su trascendencia. Esta sutileza del mensaje se percibe en los cierres de las piezas, concebidos por Wariot en unas poses inmóviles que conforman unos bellísimos grupos escultóricos.
El Ballet Nacional Sodre de Uruguay se dispone a conmemorar el 80 aniversario desde su creación en 1935; el nuevo rumbo que ha emprendido bajo la dirección de Julio Bocca, ampliando su repertorio con creadores actuales, lo convierte en una compañía de referencia cada vez más consolidada a nivel internacional.
Ha sido todo un privilegio admirar esta hermosa obra con música en directo. En el foso estaba la orquesta, el coro y los solistas, entre los que destacó la voz del bajo Francisco Crespo. La batuta de Manuel Coves fue otro de los grandes aciertos del espectáculo, pues el joven director es todo un maestro en saber conjugar la escena y el foso.
Danza y música se fundieron en un todo armónico, un cuerpo único para el deleite de los sentidos.
MERCEDES ALBI