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Entrevista a Ludmila Pagliero (1): una étoile argentina en la Ópera de París

Llueve en París. Nos dirigimos hacia el Palais Garnier por la Avenida de la Opera. Es un ensueño. Las luces navideñas brillan, se reflejan sobre el suelo mojado llenando el aire de destellos. El edificio de la Ópera de París posee el esplendor de los templos, se respira una atmósfera que sólo es propia de los lugares sagrados. Allí habita el corazón del ballet, pero no es un corazón de piedra sino de carne, porque late dentro del pecho de una étoile: la bailarina argentina Ludmila Pagliero. Ella es la encargada de dar vida sobre la escena al espíritu de la danza.

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Se abre el telón y la vemos aparecer como la ninfa Naila de “La Source”. Su baile etéreo es pura armonía, expresión, musicalidad, poesía... Nos conmueve. La esperamos a la salida de artistas, sus ojos chispean y tiene el detalle de agradecernos que hayamos viajado desde España para verla. A pesar del cansancio que le ha supuesto hacer dos funciones seguidas, quedamos con ella a la mañana siguiente en el Café Wepler.


Ludmila a la luz de la mañana, sin maquillaje, tomando el café con leche con el que desayuna, sigue siendo hermosa. Sus modales son delicados, habla y sonríe con dulzura. Su mirada se pierde recordando los días de la infancia en Buenos Aires. Su relato nos hechiza, nos sumerge en un verdadero cuento de Navidad: su propia vida.

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-¿Cómo empezaste a bailar?


-Por una simple necesidad de moverme, de utilizar mi cuerpo. Yo era una niña que sentía que mi cuerpo tenía que ser el instrumento de algo de lo que ignoraba hasta el nombre. No sabía que la danza existía.


-¿En tu familia no hay bailarines?


-No, ninguno. Nadie en mi familia se ha dedicado a la danza. Uno de mis abuelos trabajó en el teatro, pero nada más. Yo no sabía ni como expresarle a mi mamá esa necesidad interior que me poseía. Era una agitación, un deseo de fatigarme, de desgastarme físicamente... Me llevaron a clase de ballet y no me gustó.


-¿Dónde?


-Mi mamá me apuntó a clases de danza clásica en un estudio cerca de casa. Lo encontré aburrido. No había piano, la profesora era severa y golpeaba el suelo con un bastón para marcarnos el ritmo. Salí y dije: no quiero ir más.


-¿Y lo dejaste?


-Me matricularon en clase de jazz. Y me encantó. Yo me veía como una Liza Minelli danzando y cantando. Por fin, podía mover mi cuerpo como me encantaba. Mi profesora, Silvia, vio en mí algo, y le recomendó a mi madre que me apuntase a ballet.


-¿Te gustó esta vez?


-Si, me encantó. La profesora era Fabiana Maggio, que había sido bailarina del Teatro Argentino de la Plata. Recuerdo que finalizábamos las clases haciendo improvisaciones. No era tan estricto para una niña tan chica. Era como un juego. Iba, me divertía y me sentía bien.


-¿Cuándo se transformó el juego en algo más serio?


-Todo sucedió sin pensar, como recorriendo un camino trazado de antemano. Empezaron a recomendar a mi mamá que sería bueno para mí ir al Instituto Superior de Arte la Escuela del Teatro Colón. Ella se quejaba: “vaya, siempre hay algo más...” (ríe). Sin saber tampoco porqué, fue así como me inscribí. Había que pasar un concurso con diferentes pruebas al que se presentaban más de 250 chicas, ¡Y no sabía nada de danza clásica!


-¿Estabas motivada?


-Sí, y eso era un problema para mi madre., El Instituto de Arte preparaba las chicas a pasar el concurso. A mi mamá le contaba después de las clases que el profesor me reñía, “señorita Pagliero, haga tal cosa”, y mencionaba pasos que yo no entendía. A mi mamá le sabía mal y me preparaba para el fracaso, trataba de consolarme diciendo que si no entraba no pasaba nada, etc... Un día salí llorando de la clase, pero seguí. A la semana siguiente pude contarle: “el profesor me felicitó”. Llegó el día del examen y quedé entre las 12 chicas que escogieron. Todo fue tan rápido que ni me di cuenta de lo que significaba ser bailarina.


-¿Qué recuerdas de tu época en el Teatro Colón?


-Tengo un buen recuerdo. Estudiábamos con el método Vaganova, con maestros de muy diversa procedencia, de escuelas diferentes. Por eso el bailarín argentino se caracteriza por su facilidad de adaptación, no está marcado, definido, sino que es versátil y moldeable.


-¿Qué edad tenías?


-Sólo 9 o 10 años.


-¿No dudaste de tu vocación cuando te diste cuenta de lo que significaba convertirte en bailarina?


-Te seré sincera. Sí hubo un momento muy difícil en la adolescencia, cuando fui consciente de que la danza ocupaba demasiado espacio en mi vida. Se hacía muy cuesta arriba la falta de compatibilidad con los estudios de la escuela normal, a los que había que añadirles la carrera de danza. Dos escuelas y una sola vida, sin tiempo apenas para nada...


-¿Cómo lo hacías?


-Al final tuve que dejar la escuela y hacer los estudios a distancia. Imagínate, yo tenía que ir por la mañana al colegio normal, luego iba al curso de danza básico, y por las noches, en el Instituto, todas las chicas iban a cursos privados. Yo iba con una profesora que me daba el curso avanzado de tres veces por semana durante tres horas por la noche... 3 horas, 3 veces por semana.


Hay una historia que me gusta contar sobre este tiempo... Poco después de mi entrada en el Instituto, Fabianna Maggio, la profesora que me había empujado a inscribirme, me dijo, con mucha humildad, que el nivel de su escuela no era suficiente para mi, "para progresar como se debe progresar con alguien del Instituto". Entonces, mi mamá se fue a buscar un otro estudio, de un nivel mas alto. Encontró uno, que parecía bastante bien. Y yo empecé a trabajar allá. La profesora que había era buena, pero tenía un problema, siempre quiso tener una hija y eso nunca sucedió, por lo que de una cierta manera me adoptó. Quería acompañarme a la escuela, a los concursos, invitarme a pasar tiempo en su casa para entrenarme, etc. Después de un año, un día, durante un curso, tuvimos una disputa en la que habló mal de mi madre. Y no era la primera vez que sucedía. Yo salí de la clase llorando y gritando que nunca iba a volver. Fue a pedir a la secretaria que llamara a mi mamá. De vuelta a la casa, yo no me calmaba. Después de un momento, le expliqué a mi mamá. Ella pidió una cita con la profesora. Durante la cita, la profesora le dijo que Ludmila nunca iba a poder lograr nada, porque no tenía una mamá con un titulo universitario y un papá con dinero.


Te hacen sufrir este tipo de cosas cuando eres niña, cuando tienes 10 años. Pero nada está escrito con antelación. Y no se puede tampoco juzgar una persona de esta manera, con este tipo de criterios. A esa edad ya iba sola a todas las clases. Tienes un momento de agotamiento, y empiezan las dudas sobre si es ese tu verdadero camino. Son momentos en los que nada parece claro.


-¿Pensabas en tus planes de futuro?


-No parecía que existiera, no había futuro, especialmente porque en mi propio teatro no salían plazas para poder entrar en el cuerpo de baile.


-¿Surgió una salida?


-Siempre intervino en mi vida el elemento sorpresa, el azar inesperado y emocionante...

(Continuará)

MERCEDES ALBI

(Fotografías de Ludmila en "La source", por Julien Benhamou)

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