Fue una gala irregular e imprescindible, pero ¿Cómo no se va a notar la diferencia si se baila junto a un astro? Y ese astro no es otro que Sergio Bernal. Su Farruca del Molinero fue lo mejor de la noche, e incluso no sería osado afirmar que en ella Sergio alcanza su perfección.
Es una lástima que no se interpreten los ballets compuestos por Manuel de Falla, y que no sean pieza imprescindible en el repertorio del BNE. Me refiero, naturalmente, a “El Sombrero de Tres Picos”, no con la descafeinada coreografía de Massine, sino con la de Antonio Ruíz Soler, cuyo centenario en el 2019 está próximo a conmemorarse. Espero que algún día dejemos de ser el país sin memoria, eso sí sería una buena señal de que realmente estamos cambiando.
Regresando al tema de la gala, fue un placer admirar los brazos y la línea maestra de Lola Greco, que dando pruebas de solera y madurez pudo soslayar con su embrujo la pérdida de parte de su ligereza.
No estuvieron a la altura Ana Arroyo, que aunque es una bailarina de grandes posibilidades, no termina de encontrar su estilo, y la pasional Karime Amaya, porque además del abrumador taconeo que hizo las delicias del público -ansioso de “acrobacias”- tendría que saber modular, seducir avanzando, sin entrar a mil por hora desde el principio, y aturdiría menos.
Cada día se aprecia más sobre los escenarios la falta de sentimiento, de bailar con corazón y con lirismo.
En cuanto a Jesús Carmona, demostró ser una de las promesas sobresalientes del flamenco, un ídolo de bronce con una personalidad inclasificable.
Una gala maravillosa, de cinco estrellas, y una cita imprescindible que demuestra hacia donde evolucionan los caminos en el tiempo actual.
MERCEDES ALBI