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Historia del bailaor Félix Fernández, el Loco


Leonide Massine en su autobiografía, “My life in ballet”, relata los detalles de su primer encuentro con el bailaor Félix Fernández (1893-1941). Fue durante el transcurso de un viaje que emprendió con Falla y Diaghilev por varias ciudades andaluzas.


Falla, Massine y Diaghilev en su viaje andaluz (1916)

Sucedió una noche de junio del año 1916 en Sevilla:


“(…) En nuestro café preferido, el Novedades, nos llamó la atención un joven bailarín, menudo y moreno, cuyos elegantes movimientos y la intensidad de sus evoluciones le hacían destacar sobre el resto del grupo. Al término de su actuación Diaghilev le invitó a sentarse en nuestra mesa. Se presentó a sí mismo como Félix Fernández García, y mientras hablábamos con él, percibí que se trataba de una criatura de temperamento nervioso y luminosa fuerza, dotada de un talento muy original. Pronto nos dejó claro que no era feliz con su vida por lo que se divertía bailando en el café, aunque no estaba económicamente bien remunerado.


El baile en el Café Novedades (Sorolla, 1915)

El Café Novedades fue un lugar emblemático para la danza en Andalucía. Los cafés-cantantes fueron la evolución como negocio estable de los denominados “bailes de candil”, que solían improvisar los artistas del pueblo en tabernas, botillerías, y patios de casas modestas, a la luz de los candiles; también fue frecuente en la segunda mitad del XIX la organización de bailes en salones y academias de Sevilla.


Fachada del Café Novedades (1921)

Por desgracia, el Novedades fue derruido en el año 1923, pero su interior ha quedado inmortalizado en las pinturas de Joaquín Sorolla.


Los cafés-cantantes fueron fundamentales para el desarrollo de la danza española, porque propiciaron su salida del ámbito doméstico para llevarla a unos lugares específicamente dedicados a la exhibición, factor que contribuyó a profesionalizar el baile. En ellos tiene su origen el “cuadro flamenco” como grupo compuesto por bailaores, músicos y cantantes destinado a actuar en el tablao. La danza bolera de salones y academias se mezcla con el flamenco de los gitanos posibilitando la evolución de los estilos.


Cuadro flamenco de la Macarrona en el Café Novedades

Félix era natural de Cádiz, y lo más probable es que al inicio de su carrera compatibilizase la danza con su oficio de impresor, exhibiendo su duende natural en plazas y cafés como válvula de escape para su inquieto espíritu, hasta que un día abandonó todo con el único propósito de ser bailarín. Nada podía presagiar el fatal desenlace al que le conduciría un destino disfrazado de suerte, cuando en el Novedades se cruzaron en su camino, Diaghilev, Falla y Massine.


Falla y Massine en la Alhambra

¿Cuál fue el motivo por el que estos tres genios emprendieron su primer periplo juntos? La fascinación que sentían Diaghilev y Massine por nuestro país les hizo concebir la idea de crear ballets sobre tema español algo que entusiasmó a Picasso, que se encargaría de realizar los bocetos.



Y en busca de inspiración, con Manuel de Falla como cicerone de excepción, partieron rumbo a Córdoba, Sevilla y Granada. El empresario ruso trataba de convencer a Don Manuel de que le dejase utilizar la música de “Noches en los jardines de España” para crear un ballet ambientado en la Alhambra , con jeques y huríes como protagonistas, pero la moral del compositor, de profundas convicciones católicas, se resistía. A Falla le horrorizaba que con una obra suya pudiera darse un escándalo como el acontecido en el estreno del Fauno de Nijinsky que conoció cuando vivía en París.


Manuel de Falla será un puente entre lo popular y la intelectualidad, fundiéndose en su música de forma magistral los dos mundos.


Manuel de Falla rodeado de artistas flamencos

Suele incurrirse en el error de creer que el bailaor Félix Fernández se incorporó a los Ballet Rusos a partir de aquel primer encuentro en el café Novedades. No fue así.


Los azares de la vida les tenían reservados un segundo encuentro un año después. Fue en Madrid. La segunda temporada de los Ballets Rusos en el Teatro Real (1917) tocaba a su fin, y la compañía se disponía a continuar la gira, actuando por vez primera en el Liceo de Barcelona. De repente, Diaghilev se topa con Félix, bailando en el tablao de un tugurio madrileño. Era frecuente su asistencia a los cafés flamencos, en compañía de Massine, Stravinsky, Picasso y los Nijinsky, hasta altas horas de la noche. El que Félix actuase allí indica que el bailaor debía formar parte de alguna troupe flamenca. Existe constancia documental de que por entonces vivía en el número 5 de la calle de la Ruda, en el barrio de La Latina.


El empresario ruso invitó al bailaor a ver una representación de Sheherezade en el Teatro Real. Felix que tenía entonces 23 años, jamás había visto ballet clásico, por lo que recibió una profunda impresión. Nunca había imaginado, ni remotamente, la posibilidad de llegar a ser conocido en unos ambientes tan selectos a los que, incluso, asistían regularmente el rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia, acompañados por miembros de la corte.


Entonces, Diaghilev le propone a Félix unirse a su compañía ¿Qué razones tuvo el empresario para efectuar esta propuesta? En aquel momento, la idea de hacer un ballet español con música de Manuel de Falla ya se había concretado. El tema iba a versar sobre “El Corregidor y la Molinera”, una narración de Pedro Antonio de Alarcón, versionada como pantomima teatral por los esposos Martínez Sierra. Pero no tenían nada más; Massine, que tenía que coreografiarlo, necesitaba instruirse sobre la danza española, y los bailarines rusos debían aprender los pasos.


Boceto del traje de Molinero por Pablo Picasso

Una pregunta clave para entender el problema de si hubo o no engaño en relación a la función que iba a desempeñar Félix en los Ballets Rusos, es la de si Diaghilev pensó en Félix como maestro de danza únicamente y no como intérprete. Resulta claro, por los testimonios de los que conocieron los hechos, que el bailaor no fue contratado únicamente como maestro de danza. Es contundente la afirmación de Sokolova: si Diaghilev hubiera deseado alguien para aleccionar a la compañía, habría escogido a un maestro experimentado y no un joven bailarín. El empresario ruso “consideraba a Félix el bailarín español más brillante de su tiempo”, y lo incorporó a su compañía como alguien que tenía algo valioso que ofrecer, sin descartar posibilidad alguna, incluso la de bailar en los papeles de repertorio o representar el papel principal de molinero en el ballet español que proyectaban bajo el título de “El Corregidor”, y que sería en el futuro “El Sombrero de Tres Picos”.


Picasso durante la confección de los telones

Félix se entrega con pasión a su nueva vida, y marcha con la compañía a Barcelona. Un mundo inesperado y maravilloso parecía abrirse ante él, que anhela firmemente llegar a ser una gran estrella de los Ballets Rusos.


Massine, mientras tanto, está deseoso de aprender danza española, y Félix pone todos sus conocimientos a disposición de los artistas. Estas clases son recibidas con gran interés, sobre todo por los bailarines especializados en danzas de carácter: Sokolova –bailarina inglesa a la que Diaghilev rusificó el nombre-, Woizikovsky y Slavinsky.


Lidia Sokolova en el papel de Molinera

Termina la temporada del Liceo y Falla, Massine y Diaghilev se disponen a emprender un nuevo viaje por España, a fin de conocer las danzas de todas las regiones. En esta ocasión, Félix les acompaña. En Zaragoza admiran la jota, también visitan Burgos, Salamanca, Toledo, Sevilla, Córdoba y Granada. Manuel de Falla lleva un cuaderno en el que anota continuamente los ritmos foklóricos populares.


Manuel de Falla con Leonide Massine

Así, una tarde, cuando regresaban a su hotel de Granada, escucharon a un ciego tocar la guitarra. Falla pide al mendigo que repita su melodía una y otra vez, cierra los ojos, la interioriza y la apunta. Esta música sería la base de donde extraería la Sevillana de la segunda parte del ballet, la cual posee una hermosa cadencia melancólica.


El ritmo prodigioso del zapateado de Félix también influyó en la elaboración musical, pues Falla toma de él, directamente, los compases de la Farruca del Molinero, cuya partitura original tiene al margen la anotación: “dictada a los ritmos de Félix Fernández” (Madrid, junio de 1918).



Los bailarines locales siempre reciben a Félix como uno más. Sokolova describe una anécdota ocurrida en Sevilla el año siguiente, en un café al aire libre donde bailaban los gitanos. El bailaor se arrancó a taconear “más y mas aprisa, con una asombrosa variedad de ritmos, y chasqueaba los dedos como si fuesen castañuelas. Bailaba de rodillas, brincaba en el aire, caía a plomo sobre un lado del muslo, se volvía y se incorporaba de un salto a tal velocidad que resultaba increíble que el cuerpo humano pudiera soportar aquel esfuerzo sin hacerse daño… No paró hasta que los gitanos se acercaron, rodeándolo”.


Pero el tiempo pasa, y para Félix, su sueño de bailar con los rusos se va tornando poco a poco en pesadilla. Pese a las oportunidades que le ofrecen los Ballets Rusos, el bailaor no se adapta a la disciplina que supone danzar un papel insertado en el conjunto de la representación. No asimila los ritmos sinfónicos y es incapaz de dejar de improvisar, por lo que cambia los pasos en cada ensayo. Sokolova escribe:


“Siempre pensé que Félix tenía algo raro, y después de conocerle mejor, trabajando y viviendo en el mismo hotel, observé lo nervioso que estaba. En ese tiempo yo lo achacaba a depresión que le producía haber perdido el éxito del que disfrutaba en el cabaret donde trabajaba. Pienso que echaba de menos el aplauso profundo, y dudé de si Diaghilev había hecho bien al arrancarlo de su ambiente natural”.


Félix, el Loco dibujado por Picasso

Los intentos para incluirle en los roles de los ballets fracasan una y otra vez, como cuando se estaba ensayando “La Tienda Fantástica”, una nueva producción con música de Rossini, y se propone a Félix para bailar la tarantela. Pese a los múltiples intentos que realiza, le es imposible asimilar el papel, por lo que terminan ofreciéndoselo a Woizikovsky, lo que supone para el ánimo de Félix una gran humillación. Durante los tres años que ha estado en compañía de los rusos, el bailaor sólo ha sido capaz de salir a escena haciendo de buhonero en “Petrouchka”.

Su deterioro mental se acentúa porque le resulta muy duro hallarse en Inglaterra, lejos de España y rodeado de extraños. Félix comienza a perder el control y se pone a gritar ante el mínimo fallo cometido por los bailarines rusos en sus clases, pues les resultaba muy difícil tocar las castañuelas.


Las excentricidades del bailaor van aumentando. Obsesionado con captar el ritmo de la música sinfónica, lleva permanentemente consigo un metrónomo que le regaló Massine, y camina por las calles de Londres al compás que le marca. Y hasta come siguiendo el ritmo del instrumento, parando de engullir cuando el aparato se detiene. El resto de la compañía no daba importancia a estos síntomas, ya que pensaban que no eran más que actos propios de un artista deseoso de llamar la atención.


En los días previos al estreno londinense de “El Sombrero de Tres picos” al darse cuenta Félix de que su nombre no figura en los carteles, y que sería Massine quien interpretase la Farruca del Molinero, su frustración llega al límite.


Una noche, Diaghilev organiza en el Hotel Savoy una actuación privada de Félix para que Tamara Karsávina, recién llegada de Rusia, pudiera ver como se baila español. Karsávina describe impresionada la que iba a ser para siempre la última actuación de Félix:


“Era bastante tarde, cuando después de cenar, bajamos a la sala de baile, y Félix comenzó. No necesitaba hacerse de rogar, y nos dedicó una danza tras otra. Entre un baile y el siguiente, interpretaba las canciones guturales de su país, acompañándose a la guitarra. Yo estaba totalmente arrebatada, y había olvidado que me hallaba en el lujoso salón de baile de un hotel, cuando advertí un grupo de camareros que cuchicheaban. Era tarde, muy tarde… Se acercaron también a Félix, pero no les prestó la menor atención. Se hallaba muy lejos… Un parpadeo de aviso, y se apagaron las luces. Félix continuó como un poseído. El ritmo de sus pasos –staccato a veces, lánguido otras, otras casi un susurro, y de nuevo como si el gran salón se llenase de truenos-, hacía que esta función invisible resultase más dramática. Cautivados, escuchábamos la danza.”


Unos días después, Félix sufrió un ataque de locura. En su desconcierto, comenzó a correr por las lluviosas calles de la ciudad, hasta que lo encontraron completamente enajenado, bailando ante el altar de la iglesia de Saint Martins in the Fields. Se le diagnosticó demencia precoz.


La vida continuó en el mundo exterior. Y el estreno de “El Sombrero de Tres Picos”, obra de Falla, Félix, Massine y Picasso, en el Teatro Alhambra de Londres, el 22 de julio de 1919, fue un gran éxito. Pero las palabras que el propio Massine escribe en sus memorias sobre lo que sintió aquel día, parecen tomadas de un relato de literatura fantástica, como si se hubiera apropiado del alma de Félix:


Bailé con una energía muy superior a mi capacidad normal. Fue como si por un momento fuera una persona distinta, como si fuera un doble de mí mismo que tuviera dentro el que bailara”.



Félix fue ingresado el 13 de mayo en el hospital Long Grove de Epson (Surrey), y registrado bajo el único apellido de García. Resultaron infructuosas todas las gestiones efectuadas en busca de algún familiar en España. Durante los años de reclusión en esta institución, que duraron hasta su muerte en 1941, sólo recibió las visitas de Sokolova y Massine.


Massine y Margot Fonteyn en el Sombrero de Tres Picos

El arte de Félix quedó diluido como sal en el agua, dentro del inabarcable genio de los demás artistas, contenido para siempre en una obra, “El Sombrero de Tres Picos”, que nunca hubiera sido igual sin su duende, sin el talento oscuro e indómito de este loco casi desconocido.


MERCEDES ALBI




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