“El ballet es un arte ingrato”
Así debe sentir un bailarín, y así lo aprendí por primera vez, hace ya décadas, de Raisa Strúchkova, la gran artista del Ballet Bolshoi.
Para adquirir la técnica del ballet es necesario comenzar desde la niñez, cuando los músculos y, sobre todo, los tendones y ligamentos, son muy dúctiles y capaces de modificarse de acuerdo con las exigencias muy específicas requeridas por la técnica del ballet.
Casi siempre son los padres los que deciden por los hijos, sin saber, porque es imposible saberlo entonces, si el infante en realidad tendrá talento para convertir en arte lo aprendido en esos salones de enseñanza en los que el vacío es interrumpido a la vista sólo por las barras y los espejos en las paredes, y, a los oídos, por la voz del maestro, el sonido del piano y el de los pies de los estudiantes sobre el piso. Y, de igual manera, tampoco es posible predecir si una vez alcanzado el nivel profesional, el ballet será la vocación del bailarín, es decir, la dedicación que amará.
La técnica es el medio, pero el arte es el fin. La técnica se adquiere, pero el talento no, sólo se cultiva. Por eso, tal preparación entraña siempre una incógnita y un riesgo, pero no hay otro modo de hacerlo.
Y la “ingratitud” a la que me referí al comienzo no se hace esperar mucho tiempo. Cuando ya el bailarín ha logrado consolidar su madurez artística (cuando la logra), ya tiene que ir preparando su retiro, porque un bailarín de ballet (y cuando digo “bailarín”, me refiero tanto a bailarines como a bailarinas), a los 40 años de edad ya es un “viejo”, por mucho talento y arte que tenga, porque ya su cuerpo no puede más con las exigencias físicas extremas de esa técnica que obliga al cuerpo a ir más allá de ciertos límites.
Esta “ingratitud” no la comparte el ballet con otras formas de arte. En los cantantes de ópera, la voz puede mantenerse en forma unos 20 años más que en los bailarines. En cuanto a músicos instrumentistas, estos logran seguir vigentes hasta una avanzada edad. Mientras que los compositores “mueren” componiendo, como los pintores y los escritores. ¡Qué ingratitud la del ballet! ¡No es justo, pero es así!
Orlando Salgado, Alicia Alonso y Víctor Gili
La mayoría de los bailarines de ballet se retiran alrededor de los 40 años de edad, y a más de uno he oído decir: “Quiero que el público me recuerde en mi plenitud.” Y de hecho, las grandes compañías tienen la política de “inducir” a los bailarines a dejar “las tablas” cuando ya se acercan a esa edad; aunque muy a menudo también ocurre que la decisión la tome el propio bailarín. Y eso lo vemos casi a diario con tristeza, y nos dolemos como ante un crimen, y decimos para nosotros mismos o para otros: “¡Pero si todavía tal bailarín o bailarina puede seguir bailando esos papeles de menor exigencia técnica, y hacerlo con un arte que otros no tienen!”
Pero si el bailarín tiene la rara suerte de pertenecer a una compañía de ballet que muestre flexibilidad en cuanto a la edad del retiro –algo que, aunque muy raro de ver, sería lo ideal– podría tener dos alternativas: 1) Retirarse como bailarín alrededor de los 40 años de edad “para que el público lo recuerde en su plenitud física y técnica” o, 2) seleccionar un repertorio de acuerdo con sus posibilidades físicas, y en papeles en los que pueda mostrar su arte y deleitar aún al público.
¡Cuántas veces nos aburrimos al ver bailarines que sólo saben mostrar sus virtudes técnicas, dejando al público marcharse del teatro con un recuerdo más bien visual, producido por la proeza física! Y, aunque en proporción inferior, ¡cuántos bailarines hacen a los espectadores sacudirse por dentro de emoción por la entrega de su arte, cuando tal bailarín excepcional ya cuenta con más de 40 o 50 años de edad!
Lienz Chang y Alicia Alonso
Alicia Alonso estuvo en este último caso porque tuvo el privilegio de decidir ella misma el momento de su retiro, pasando mucho más allá del “ingrato” número 40, y tuvo también el privilegio de escoger su propio repertorio de acuerdo con sus posibilidades físicas del momento, en la compañía que primero llevó su nombre, que luego pasó a llamarse “Ballet de Cuba” y más tarde, y hasta la actualidad, “Ballet Nacional de Cuba”.
Alicia logró su longevidad sobre las “tablas” de diversas maneras: dejando de bailar los ballets largos en su forma íntegra, por ejemplo, “El lago de los cisnes” o “Coppélia”, y bailando de ellos solo un acto, como hacía con el segundo acto de “El lago de los cisnes”, o bailando solamente algún pas de deux de estos y otros ballets como “Giselle”, o bailando obras cortas, entre ellas, el “Grand Pas de Quatre”, y algunas creadas para ella o por ella misma, como en su último ballet, “Farfalla”, donde la “bravura” de antaño era reducida a sus posibilidades de entonces, dando predominio a la concepción artística de la obra.
El debut escénico de Alicia Alonso se produjo en el Teatro Auditórium el 29 de diciembre de 1931 en la primera función de ballet ofrecida por la recién fundada Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, siendo ella aún una alumna llamada Alicia Martínez, de once años de edad. En esta, su primera función en un escenario, Alicia bailó con otras condiscípulas el Gran Vals del ballet “La bella durmiente del bosque” (Petipa-Chaikovski), montado por el histórico profesor Nicolai Yavorski, fundador y director de esta Escuela de Ballet.
Y ese momento marcó el inicio a una de las carreras de mayor longevidad en la historia de la danza clásica. La fama no se hizo esperar, y Alicia Martínez llegó a ser conocida mundialmente con el nombre de Alicia Alonso, al casarse en Nueva York con Fernando Alonso en 1938. El impulso inicial para este trabajo me lo ha dado una pregunta que he escuchado con cierta frecuencia, incluso aquí, en Facebook: ¿cuál fue la última función de Alicia Alonso? O también esta otra: ¿cuándo se retiró Alicia Alonso? E incluso esta pregunta algo “lejana”: ¿aún sigue bailando Alicia Alonso?
La última vez que Alicia Alonso apareció en un ballet con zapatillas de punta, como estábamos acostumbrados a verla, fue el 28 de noviembre de 1995, unas tres semanas antes de cumplir 75 años de edad. Y ocurrió en la ciudad de Faenza, Italia, en el bellísimo Teatro Masini (con una sola “s”). Para esta ocasión, Alicia escogió un ballet de su propia creación, al cual le dio un título en italiano, “Farfalla” (Mariposa), porque iba a ser parte del repertorio de la gira del BNC por Italia.
Sin embargo, es necesario que aclare que, aunque “Farfalla” en Faenza fue la última vez que Alicia bailó con zapatillas de punta, no es justo omitir otras tres apariciones posteriores aunque no haya bailado propiamente, ni haya llevado zapatillas de punta en sus pies. Esas otras tres funciones fueron: “El espectro de la rosa” (Metropolitan Opera House, Nueva York, 1997), “Luz de vida” (Gran Teatro de La Habana, 2001), y “Retrato del recuerdo” (Gran Teatro de La Habana, 2012).
FARFALLA
El ballet “Farfalla”, se había estrenado en el Gran Teatro de La Habana el 6 de julio de 1995. En ese mismo año, el BNC daría una gira por Italia del 30 de octubre al 28 de noviembre. “Farfalla” se presentó por primera vez en Italia en el Teatro Alfieri, en Turín, y una última vez en el Teatro Masini, en Faenza. En este último teatro se produjo la clausura de la gira, el 28 de noviembre de 1995, y, con ella, la despedida imprevista de Alicia Alonso como bailarina de ballet. “Farfalla” apareció en los programas impresos en Italia, pero en ninguno se dijo que esta sería la última función de ballet en la carrera de la diva cubana. ¡Alicia Alonso cumpliría 75 años de edad tres semanas después! La propia Alicia lo explicó con estas palabras:
«Fue en Italia [en 1995, en el Teatro Masini de la ciudad de Faenza]. Bailé ‘Farfalla’. No quería hacer una despedida dramática o doliente, que el público supiera que era la última vez. Pensaba que era cruel para ambos. Cuando terminé de bailar dije, ‘no bailo más’. Nadie lo sabía. ¿Qué mejor que Farfalla, esa mariposa que se va?».
Hasta el momento, no he podido determinar si existe alguna grabación en vídeo del ballet “Farfalla”, a pesar de todas mis indagaciones a través de fuentes confiables. Sólo dispongo de fotos tomadas en Italia por Enzo Conte. El elenco de “Farfalla”, y que aparece en las fotos, fue el siguiente: Alicia Alonso, Víctor Gilí, Reynaldo Arencibia, Lienz Chang, Orlando Salgado y William Castro.
La música en la que se inspiró la coreógrafa-bailarina para su último ballet fue un fragmento de “Las estaciones”, de Piotr Ilich Chaikovski. Esta obra del gran genio ruso no consta de 4 piezas, como podría esperarse por el título. En lugar de ello, “Las estaciones” consta de 12 piezas que representan los 12 meses del año, y cada pieza está relacionada con alguna característica del mes en cuestión. La pieza que sirvió de base musical para este ballet fue, precisamente, la número 12, titulada “Diciembre: Navidad”, de apenas 5 minutos de duración.
“Las estaciones” la compuso Chaikovski para piano, pero otros autores han hecho transcripciones de la obra para otros instrumentos. La más famosa de todas es la versión orquestal hecha por Aleksandr Gauk en 1942, medio siglo después de fallecido Chaikovski.
Alicia Alonso y Vladimir Malakov
EL ESPECTRO DE LA ROSA
El 12 de mayo de 1997 se produjo la función de apertura de la temporada de primavera del American Ballet Theatre en el Metropolitan Opera House (Met) de Nueva York. En ese año, el ABT celebraba el 50 aniversario del estreno del ballet “Tema y variaciones”, de George Balanchine, con música de Piotr Ilich Chaikovski, en el que las dos figuras principales del estreno fueron Alicia Alonso e Ígor Youskevitch.
Para esta función de apertura y celebración, Alicia Alonso no podía dejar de ser invitada. Sin embargo, el ballet escogido era muy raro en el repertorio de la bailarina cubana: “El espectro de la rosa” (Fokine-Weber), en el que la parte de mayor lucimiento técnico corresponde al bailarín, y que ella había bailado por primera vez en 1945. Basado en esta característica, se hizo una adaptación en la que la joven que regresa de su primer baile con una rosa y se queda dormida sentada con la rosa en la mano, se mantuvo sentada durante todo el ballet, mientras que el bailarín (Vladímir Malakov) ejecutaba toda la danza desde su entrada por la ventana, alrededor de la joven dormida, y luego su salto final por la ventana opuesta.
Alicia tenía 76 años de edad. Llevaba un elegante vestido azul, no tutú, y llevaba zapatos de carácter y un collar de perlas. Cuenta un cronista que cuando se abrió el telón y el rayo de luz la iluminó, el público asistente al Met la reconoció, dándole una ovación estruendosa.
No sé si existe alguna grabación de esta función, pero me imagino que sí, que algún “pirata”, de los que, por suerte, abundan en el Met, la haya grabado, pero a mí no ha llegado ninguna copia (todavía). Una adaptación similar de “El espectro de la rosa” se había visto en el mismo teatro, en la Gala del Centenario del Metropolitan (“Met Centennial Gala”), el 13 de mayo de 1984, con la actriz, no bailarina, Lillian Gish, ¡que contaba entonces 90 años de edad! El bailarín fue el francés Patrick Dupond. De esta gala sí existen grabaciones no comerciales (domésticas), ya que fue transmitida por televisión.
Lienz Chang, Alicia Alonso y Orlando Salgado
LUZ DE VIDA
“Luz de vida” fue una pantomima creada por la bailarina cubana, concebida para interpretarla ella misma como sorpresa a su público en el Gran Teatro de La Habana el 29 de diciembre de 2001, cerrando el espectáculo llamado “Gala por el 70 aniversario del debut escénico de Alicia Alonso”. El aniversario se refiere a la primera aparición de Alicia Alonso en el vals del primer acto de “La bella durmiente”, en 1931, a los 11 años de edad, como vimos anteriormente.
Para esta pantomima con música, la Alonso tomó una de las cinco piezas del “Diario de un niño”, que constituye una de las obras menos conocidas de Ernesto Lecuona, compuesta en 1949. Las cinco piezas para piano son: “Buenos días”, “El baile de la muñeca”, “Carrusel”, Canción de Luna” y “Bacanal de muñecos”. Alicia escogió “Canción de Luna”, dándole el título “Luz de vida” a su creación escénica.
Por fortuna, “Luz de vida” fue grabada en vídeo, y aquí la ofrezco en este álbum. Fue el último número de la gala, y no fue anunciado. Al abrirse el telón principal del Gran Teatro de La Habana al final, apareció Alicia Alonso sentada al frente del escenario, no con vestuario de teatro ni con zapatillas de ballet, sino con un vestido de color azul oscuro y calzado de carácter.
Por la reacción eufórica del público es fácil entender que este fue tomado por sorpresa. Tres amigos míos que estuvieron en la función, me contaron que la emoción del público reunido en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana fue indescriptible. La diva, como era de esperarse, ya no tenía el físico que estábamos acostumbrados a ver: ya habían transcurrido seis años de retirada del entrenamiento de la danza, y ahora contaba 81 años de edad, pero esto no fue un obstáculo para ella, como tampoco lo fue para el público, evidentemente.
Al abrirse las cortinas, Alicia Alonso aparece sentada con las manos descansando sobre sus muslos. De pronto, se lleva los puños a la cara como lo haría un niño observando su entorno o, en este caso, una niña, y comienza la música. Ahora, con la música que casi parece una canción de cuna, sus brazos con los dedos entrelazados parecen sugerir una madre meciendo a su bebé: ella misma en los brazos de su madre, o tal vez también aluda a ella, la niña, meciendo su muñeca. Entonces lleva sus manos detrás del cuello como para agarrar su cabello, representado por el largo pañuelo que cubre su cabeza, y cuyas puntas cuelgan hacia atrás; y el juego es como un coqueteo, pensando que ya es adulta. Después mira hacia su derecha, como si descubriera algo y se lleva los dedos a la boca, e imita lo que vio: alguna mujer de su familia, tal vez a su propia madre, a quien ha visto coser. Entonces hace unos gestos en que mira a ambos lados para ver si la están observando, y sus gestos indican que está intentando dar unos pasos de baile. Después señala a varias personas delante de sí, deben ser otras niñas que ha escogido para que la sigan en su danza, y a continuación hace un gesto como si hubiese hecho una travesura y dice “yo no fui” con su cabeza y con su mano sobre el pecho. Ahora se queja como si no lograra lo que quiere hacer, hasta que por fin logra sus movimientos de danza.
Desde ese momento, ya sus gestos dejan de ser infantiles. Ahora su vida ya ha tomado un rumbo definido: el ballet, sus sueños de niña. Sus manos se extienden y se recogen como en una conocida pose de su “Madame Taglioni” en el “Grand Pas de Quatre”. Después sus brazos y manos parecen representar a Giselle, su personaje más querido. Pero rápidamente sus brazos se agitan como las alas de un ave asustada, un cisne: su inolvidable Odette. Y ahora las alas vuelven a ser los brazos de una mujer, que se trenzan uno con el otro en forma ascendente, como en su ballet “Nos veremos ayer noche, Margarita”, y después las manos, por un instante breve, logran formar como el cáliz de una flor a los lados de su rostro, como en uno de sus últimos ballets: “La Diva: Maria Callas in memoriam”.
Y para terminar, sus brazos ascienden y descienden hasta colocar de nuevo sus manos sobre sus muslos como indicando el final de la historia que contaba, y como si dijera “y esta es mi vida”.
RETRATO DE UN RECUERDO
Este ballet es una adaptación del ballet “Retrato de un vals”, que había sido creado por Alicia Alonso y estrenado el 11 de noviembre de 1990, con la bella música del Vals de la mariposa, que su autor, Ernesto Lecuona, dedicara a Anna Pavlova, y precedido por una breve Introducción de Alejandro García Caturla (“Fanfarria para despertar espíritus apolillados”). Esta vez, “Retrato de un recuerdo” trajo de nuevo al escenario algunas figuras históricas del Ballet Nacional de Cuba, en primer lugar, Alicia Alonso, acompañada por Marta García, María Elena Llorente, Lázaro Carreño, Orlando Salgado, Jorge Vega y Osmay Molina.
La función del “Retrato de un recuerdo” se produjo el 29 de octubre de 2012, dentro del Vigésimo Tercer Festival Internacional de Ballet de La Habana. El vestuario creado por el diseñador alemán invitado Armin Heinemann se separaba por completo del vestuario típico del ballet, y era en realidad una evocación de la forma de vestir tanto de hombres como de mujeres elegantes en los años 1920 o 1930.
En esta ocasión, la participación de Alicia Alonso, recibida por el público con euforia, se limitaba simplemente a algunos pasos, con zapatos de carácter (al igual que las otras dos bailarinas participantes), y con el apoyo siempre de algún bailarín. Y así lo aceptó el público que la amaba: ¡Siete semanas después Alicia Alonso cumplía 92 años de edad!
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Este ha sido un texto muy largo, pero no quería dejar nada en mi “tintero”. Es un humilde homenaje a una artista cuya mayor pasión en su larga vida fue, y sigue siendo, el ballet, arte al que se dedicó siempre incondicionalmente, dando, además de su arte, un ejemplo sin paralelo de abnegación y disciplina.
MARCIAL FERNÁNDEZ
Fotografías Enzo Conte