Que ¿Qué pinto yo…? Si yo ¡no pinto en realidad! Ahora bien existen ciertas anécdotas que me vienen como anillo al dedo. La primera es aquella del mariscal Layautey, que afirmaba que “aquel que no es más que un buen general, no es un buen general, al igual que aquel que sólo es un gran organizador, no es más que un pésimo organizador”. Jean Cocteau declaró también, cierto día: “Yo no dibujo, sino que voy desanudando la curva de mi escritura”.
Pues bien, yo pinto –si es que pinto en verdad- por razones muy similares a las que estos párrafos indican. En todo momento me ha gustado decir que antes de bailar un baile lo pinto. Forzosamente todo bailarín creador debe ser un pintor de baile, un pintor sin técnicas quizás, pero que ha de llevar dentro la plástica, el color, el ritmo. Por otra parte, es bien sabido, desde que Fernand Légerd lo demostró en toda su obra, que el dinamismo plástico lo transmite el color puro, mientras que el esqueleto, lo estático, lo transmite el dibujo.
Y todo este conjunto integrante de su arte lo puede exteriorizar el bailarín y plasmarlo por medio de la pintura, aunque sea con los más rudimentarios procedimientos. Basta para ello fuerza de voluntad y una decidida inclinación, cuya vehemencia sea realmente profunda, tan profunda que llegue hasta los abismos del corazón.
Se ha dicho muchas veces que la música nació después del baile, que la vibración sonora es posterior a la vibración visual. Pues yo creo igualmente que el baile precedió a la pintura, y con toda seguridad, a la pintura de baile. Esto me lo indica mi propia experiencia, ya que nada más me he puesto a pensar en ello, me ha dado cuenta que esas “pinturejas” mías, antes de dibujarlas y pintarlas ya las había visto. Las califico dibujos automáticos, así, por la rapidez con que fueron elaboradas, como por haberlas realizado en papel después de ser vistas por mi imaginación.
Vicente Escudero