Poder disfrutar de la visita que nos hacen por segunda vez en estas recientes temporadas el Ballet de la Ópera de París, la compañía más antigua y emblemática de la historia, genera una gran expectativa entre los aficionados.
Si bien es cierto que no se trata de una gran producción y que el elenco es reducido, lo cual siembra cierta prevención frente al esplendor que imaginamos, y recordamos en los grandes ballets icónicos de su repertorio, el público supera de inmediato esa duda inicial y degusta una velada maravillosa que contiene la esencia de un caro perfume, todo el sabor, elegancia y delicadeza del ballet de la escuela francesa.
“París con mirada americana” tiene la estructura de una gala porque se compone de una serie de piezas que, aunque unidas por el hilo temático común de ser coreografías estadounidenses, son varios pasos a dos y un solo, cerrándose con los “Rubís” de las Joyas de Balanchine.
De Jerome Robbins disfrutamos de su histórica coreografía Afternoon of a Faun – estrenada por el New York City Ballet en 1953- encargada de abrir el programa. Es en realidad el sueño de amor de un joven bailarín, lo que queda evidenciado por el decorado de la sala de ensayos donde se desarrolla, con sus barras y una puerta por donde aparece la bailarina. La música en directo de la orquesta dirigida por Maxime Pascal interpretando el Prélude à l’après-midi d’un faune de Claude Debussy, envuelve a los bailarines, Hugo Marchand y Armandine Albisson, que crearon un atmósfera poética perfecta.
“Sonatine” un pas de deux que estrenó Balanchine en la primavera de 1975 para conmemorar el centenario del nacimiento de Maurice Ravel, de cuya obra, Sonatine para piano en fa mayor –tocada por la pianista Elena Bonnay- toma su nombre. Fue danzado por Léonore Baulac y Germnain Louvet, combinando la gracia de ella con la elegancia de él.
Hugo Marchand en A Suite of Dances
También de Jerome Robbins se representó "A suite of Dances", donde el violoncelista Aurélien Sabouret interpreta sobre el escenario las fragmentos de la Suite para violonchelo solo de Johan Sebastian Bach, mientras el bailarín expresa con su solo de danza aquello que la música le inspira. Esta pieza -creada para Mihail Barysnikov en 1994- bailada por Hugo Marchand supo transmitir esa encandilante frescura de una coreografía que conlleva la gran dificultad de tratar de parecer improvisada.
Punto y aparte fueron las “Trois Gnossiennes” del coreógrafo Hans Van Manen, llamada así por la partitura de Erik Satie, es la más reciente de las coreografías que componen el programa. Estrenada en 1982, se incorporó al repertorio del ballet parisino en 2017, con la llegada de Aurélie Dupont a la dirección. Se trata de la creación más moderna de la noche pero ante todo, la pieza tuvo un nombre, el de la étoile argentina Ludmilla Pagliero -con Florian Magener como partenaire-. Nada más apareció sobre el escenario imprimió una personalidad a su danza, un carácter, una firmeza absoluta en su ejecución que hizo parecer fáciles unos pasos casi imposibles. Ludmilla es una diosa en el sentido de que es todopoderosa. Y brilló en su absoluto esplendor gracias a la austeridad escénica que no la disfrazó con ningún rol, sino que nos mostró su danza en su perfecta pureza. Fuimos testigos de una actuación inolvidable, y lo fue tanto que sentimos que, cualquier cosa que nos mostrasen después sobre la escena quedaría eclipsada por ella; y hasta los rubíes del final palidecieron.
MERCEDES ALBI
Fotografías Javier del Real
(Foto cabecera: Ludmilla Pagliero y Florian Magner en 3 Gnossiennes)