Con su interpretación coreográfica de Dido & Aeneas, Sasha Waltz propone reinsertar la obra en la tradición de las masques de la época de Purcell, cuyo lenguaje predilecto era la danza.
Evidentemente, desde una estética contemporánea y desde un código que hay quien ha definido como ópera coreográfica seguramente porque los cantantes, bailarines y músicos parecen sumergirse en una danza colectiva en la que nadie teme alejarse de sus funciones originales.
Detrás de la reapropiación de la masque por parte de la coreógrafa se encuentra una invitación a sustituir la forma de lo barroco por un nuevo lenguaje contemporáneo, pero un lenguaje que sea capaz de provocar aquel estupor, aquella maravilla, aquella alternancia de códigos contrastados y emociones que se encuentra en la esencia de lo barroco.
Esa mixtura de praxis musical histórica y coreografía de vanguardia vigorosa y recia funciona porque Sasha Waltz se pliega a un vocabulario gestual y a un discurso que, más allá de las muchas sorpresas, se encuentra en la misma longitud de onda de Purcell. La suya es una danza rigurosa, con frecuencia atlética, pero en la que los bailarines se dejan llevar, eso sí, por la vívida autoconciencia característica de lo contemporáneo.
Momentos de extraordinaria fuerza emotiva se adueñan del espectáculo, como el canto de Belinda a los bosques, el abandono de Eneas, el conmovedor suicidio de Dido entre velos fúnebres que parecen el capullo de un insecto, tras el que una mujer enciende unas velas en señal de luto; o el lamento coral con el que concluye la ópera.
Pero la imagen más icónica quizás sea la que abre el espectáculo: una gigantesca piscina que emula a una maravilla barroca en la que los bailarines nadan, bucean, se convierten en divinidades, nereidas, tritones y medusas; rinden tributo al viaje de Eneas por el mar Mediterráneo; y anticipan el sarcófago que acogerá a Dido, sobre ruinas cartaginesas que intuimos que reposan al fondo.
Joan Matabosch
Director artístico del Teatro Real