"El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha" surge, en principio, como una sátira hacia los Libros de Caballerías. Si bien contiene, como toda obra maestra, varios planos superpuestos de lectura, el propósito más inmediato de Cervantes fue el de divertir a sus lectores.
No obstante, y sobre todo a partir de la segunda parte de la obra, el entretenimiento se va contaminando poco a poco de las fantasías de Don Quijote. Podría decirse que el tozudo realismo del escudero, la figura que se identifica con la visión terrenal del lector, va perdiendo fuerza para aproximarse cada vez más a las alucinaciones quiméricas de su amo. Esa dicotomía entre el mundo real y el imaginario que representan los dos protagonistas está siempre presente. Y como lectores, no podemos evitar que nuestra mirada coincida con la de Sancho Panza. Contemplamos a Don Quijote desde una óptica pegada al suelo.
Sin embargo, en el "Don Quijote del Plata", la versión coreográfica y musical que nos ofrece el Ballet Nacional Sodre de Uruguay -en gira por España (Perelada, Almagro, Escorial, Sagunto...)-, se nos presenta otra forma de mirar la obra: a medida que se van sucediendo las escenas, perfectamente imbricadas en la música -o viceversa- se nos van abriendo los ojos al mundo feérico del hidalgo.
La lucha con los molinos de viento, encarnados por unos bailarines cuyos movimientos y vestuario resultan absolutamente acertados, o el sueño de Don Quijote, con esas figuras veladas que evolucionan sinuosa e hipnóticamente para acentuar el sentido de lo onírico y lo maravilloso que tiñe el escenario.
Ya la propia concepción del ballet, crear un Quijote que nada tenga que ver con el de Petipa-Minkus, es un feliz reto que huye del fácil y recurrente versionado del clásico, para abordarlo con una nueva inspiración. Igor Yebra la encontró en la figura de Arturo E. Xalambri, un gran erudito que llegó a reunir en Montevideo una de las mayores colecciones de libros de Cervantes del mundo; desde su lecho de muerte, el apasionado cervantino, a través de las lecturas de su hija, va reviviendo escenas del Quijote hasta llegar a compartir con el personaje su mismo destino.
Blanca Li, coreógrafa de estilo contemporáneo, ha sabido mantener su sello personal en una creación de ballet neoclásico. La narrativa coreográfica es ágil, imaginativa, y presenta los toques lúdicos que la caracterizan.
Resulta muy interesante el tratamiento escenográfico, compuesto por elementos sencillos pero a la vez muy definitorios de la trama, adornándola sin ostentación y con buen gusto.
En cuanto a la música, la orquestación realizada por la Orquesta Sinfónica del Sodre sobre partituras de Telemann, Debussy, Koechlin, Ravel, Glinka, Saint-Saëns, Chabrier, Rimsky-Korsakov y Glazunov, todas de tema español, no solo resulta francamente acertada, sino que nos llama la atención sobre un hecho: el profundo interés que sobre los grandes compositores despertaron siempre España y nuestra música.
Nos encontramos con una compañía de formato mediano en lo que se refiere al número de componentes, pero todos forman un equipo de solvencia técnica que en la escena de las bodas de Camacho queda sobradamente demostrada.
Con la acertada dirección de Igor Yebra, el Ballet Nacional del Sodre se posiciona de forma ascendente con cada nueva producción que nos ofrece. Siempre hay algo nuevo que descubrir para el espectador, que acudirá fiel a la próxima cita.
GABRIEL M. OLIVARES