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Entrevista a La Tati


Espero a Tati en la academia Amor de Dios donde cada mañana imparte sus clases. Allí se respira una atmósfera especial. Sentada en la recepción admiro ese aspecto añejo de los suelos desgastados a fuerza de taconear, escucho el sonido de los zapateados que se intensifican al marcar del maestro. La luz de la mañana que se filtra por las ventanas queda mezclada con la eléctrica de las bombillas y me doy cuenta de que en cierta forma allí dentro no importa lo que pase fuera, si es de día o de noche ellos se iluminan con su propia luz.




Aparece camuflada con una gorra, a su aire, como es ella, siempre única. Tiene unos ojos tan expresivos que hacen que su rostro varíe sin esfuerzo desde la fiereza de un drama hasta el humor de quien sabe ponerse el mundo por montera. Y es que estamos ante una actriz total. Su personaje no se agota en la sin par bailaora. También hizo incursiones en el teatro interpretando personajes tan fuertes como la Medre Coraje de Bertol Brech o la Bernarda Alba lorquiana.


Cruzamos la calle hacia el café Santa Isabel. Todo el mundo la conoce, no podría pasar desapercibida ni aunque lo intentara. Nació para la escena en toda la extensión de la palabra, porque en realidad ella fue la que transformó el mundo en un escenario a su medida. La niña de la calle Toledo que espiaba las clases de La Quica por un tragaluz, tuvo la fuerza de hacerse a si misma como su mejor discípula. He ido a regalarle el libro que he escrito sobre su maestra: “Dolores de Pedrosos y La Quica, dos mujeres unidas por la danza” (ed. Cumbres) y conversamos sobre sus recuerdos.



-¿Qué significó para ti La Quica?


-Para mí lo ha sido todo, considero que La Quica fue como mi segunda madre. Recuerdo cuando me enteré de su muerte… Fue en Torre Bermeja, yo acababa de regresar de gira y me encuentro allí con Faíco, me dice: “¿Sabes quién se ha muerto?... La Quica”.


Me llevé una impresión terrible, me fui directa a su academia, donde yo había prácticamente convivido con ella. Su hija estaba recogiendo las cosas. Me vió llorar tan desconsolada que me reconoció. “Tu eres La Tati, ¿Verdad? Llévate lo que quieras porque mi madre te quería mucho”.



-¿Qué te llevaste?


Un mantoncillo, un abanico y una suya de una entrevista que le hicieron en ABC.


-¿Cómo fue que conociste a La Quica?


-Verás, yo bailo por intuición, no me viene de familia ni nada. Pero eso sí, me crié en un barrio rodeada de familias andaluzas. Y yo por instinto me acercaba siempre a lo bueno. Me han atraído los grandes artistas, no porque fuesen famosos o importantes sino por su arte. Y los guitarristas por ejemplo he estado con los mejores, Sabicas, Paco de Lucía… Siempre me he “arrimao” a lo bueno.


-¿Naciste en el barrio del Rastro?


-Sí, nací en la calle Toledo 104. Había cinco familias andaluzas en la casa. Lola de Córdoba me cortó el cordón umbilical, también a mi hermana se lo cortó ella, y como si fuera cosa de brujas fuimos las únicas de los hermanos que estamos vivas. Yo sentía la danza, y en aquel ambiente de cante y bullicio que se respiraba en el Rastro bailaba a la menor ocasión y bailaba de todo. En los años 50 el éxodo hacia la capital fue tan grande que podría decirse que Madrid se convirtió en la novena ciudad de Andalucía, y yo me he criado con eso.


La Quica en casa de Richard Burckle (1953)


-¿Nadie te enseño a bailar?


-Yo quería aprender, era una niña y fui a la academia de Rafael Cruz, que fue muy amable conmigo. Recuerdo que tenía dos caniches blancos, pero a mí no me acababa de gustar. A mi la que me gustaba era La Quica.


-¿De qué la conocías?


-Yo conocía mucho a su sobrino Pedrito y siempre que me veía bailar en el Rastro me decía, “tengo que llevarte a que te vea mi tita”.


Yo sabía de ella porque me fascinaba. Y la observaba por un tragaluz en el bar Valdivia, que estaba encima de su academia y la veía pasar. Me parecía una mujer tan elegante… Casi nunca salía, porque allí tenía su estudio y la vivienda. Solo iba los domingos a escuchar misa a San Isidro. Yo la seguía. Mira, andaba así (La Tati se levanta y se pone a caminar con ademán distinguido). Andaba muy andaluza, tenía mucho porte, llevaba un moño así recogido, y yo esperaba hasta que salía de la iglesia solo por verla.


Fue el día de la Paloma cuando su sobrino me dijo, “ven que te va a conocer mi tita”.


-Sería un día inolvidable. ¿Qué pasó?


-Fuimos a la academia y Pedrito le dijo: “mira Tita, verás que gracioso baila.”


La Quica me preguntó por qué sabía bailar; le contesté que por todo. Y le dijo al guitarrista que tocase por tanguillos. Me pongo a bailar y ella se moría de risa…


-¿Le gustaste?


Le hice mucha gracia, porque yo era una niña muy graciosa. Quería darme clase, pero ni de lejos tenía las 75 pesetas que cobraba a la semana. Pero era tan generosa. Me dejó que me quedase a cambio de ayudarla a hacer recados, a limpiar la academia o en lo que pudiese colaborar. Y me pagaba por mi trabajo. Terminé durmiendo allí, me dio muchos platos de comida. Mi primer trabajo como artista también me lo buscó ella.


Mi danza se desarrolló en aquel lugar. Nunca olvidaré la primera vez que vi a La Quica bailar con su bata de cola y me quedé tan prendada que no tuve ninguna duda: “eso es lo que quiero hacer hasta el último día de mi vida”.


Aquí está. Esta es ella bailando las alegrías con su bata de cola (y La Tati señala la portada de mi libro)


-¿Cómo definirías su carácter?


-Era muy generosa, muy buena, una mujer seria, austera y con un corazón que no le cabía en el pecho. Pasó muchas fatigas…


-¿Pasó hambre?


-No en la época que yo la conocí, no pasaba hambre. En casa de La Quica siempre había chorizo, jamón y le regalaban cosas. No era rica, pero nunca le faltó de nada porque no paraba de trabajar y tenía su academia. La que pasaba hambre era yo.


-¿No tenías comida?


-Eran años muy duros. Algunos días me acostaba habiéndome bebido un vaso de agua y nada más. Mi padre estaba en la cárcel por motivos políticos. Mi madre tenía un puesto en el Rastro y si no vendía nada pues ese día no había para comer.


Pero no mendigábamos, sino todo lo contrario, tratábamos de disimular que no teníamos que comer. Era una cuestión de orgullo. Mi abuela, por ejemplo, ponía un puchero en el fuego para hacer como que cocinaba y solo contenía agua.


Imagínate que cuando estaba en la academia de La Quica y llegaba la hora de comer, hacía como que iba a mi casa, para que no vieran que no comía. Me quedaba esperando sentada en una plaza a que pasara la hora en que calculaba que terminaban. Entonces una vecina, que era muy buena persona, me vio y se lo contó a La Quica…


“Ponle y plato de comida” dijo y ya no me dejó marchar.


Esa es la vida que me tocó vivir, pero me hizo fuerte. Luego cuando he podido ganar dinero he ayudado como ella hizo conmigo a otros que lo necesitaban.


-¿Te pareces a La Quica en tu forma de bailar?


-En mi forma de bailar, no me parezco, sí tengo cosas de La Quica como la bata de cola, los hombros…


Mi baile era más salvaje, yo metían los pies, pegaba saltos, a ella no le gustaba eso.


Era muy seria. Miraba el flamenco y el arte con la seriedad que merecen. No te reía las gracias, no se casaba con nadie. Era austera, seria, que es como hay que ser para el arte, no toleraba las pantomimas, no como ahora que los hay que parecen clones del circo…


Pero sí tengo cosas de ella, como sus alegrías con bata de cola que fueron con las que yo debuté. Una vez vino su hija Mercedes León a verme al Teatro de la Villa, y vino al camerino emocionada a decirme que le había recordado a su madre “no por tu forma de bailar, sino por tu esencia”.


Yo bailo muy fuerte de pies pero hay cosas, en las poses en los silencios que son de mi maestra La Quica. Ella era bolera pues había aprendido en Sevilla directamente de los Pericet. A mí me tiraba más el flamenco porque me da más libertad que el clásico. Yo me considero flamenca.


Pero siempre estuvo en mí. Y sobre todo me di cuenta de su enrome influencia sobre mi cuando me puse a enseñar. Yo imparto mis clases como ella me enseñó que se hacía. Tomo como ella muy en serio mi trabajo.


-¿Cuál fue tu primer trabajo?


-Yo entonces trabajaba de aprendiza de sastra… Y La Quica, que conocía a todo el mundo, se entera que necesitaban bailaores en el Zambra. Le dijo a su hijo Manolo, que tenía una Vespa - me quemé con el tubo de escape-, que me recogiera y que me hicieran una audición. La Quica estaba segura de que me cogerían y así fue.


-¿Quién bailaba entonces en Zambra?


-Estaba el cuadro flamenco de Rosa Durán. Había artistas magníficos. Pericón de Cadiz, El Gallina, Manolo Vargas, Perico el del Lunar, Bernardo el de los Lobitos.


Sucedió que como Rosa Durán iba todos los años a actuar a París al Teatro de las Naciones, necesitaba gente para suplir las ausencias. Yo entré a prueba, pero cuando me vió Rosa Durán y el Sr. Casares que era el dueño del local, quisieron que me quedase y estuve allí año y pico. Luego pasé al Patio Andaluz, a La Parrilla del Alcázar (que luego fue la famosa discoteca llamada Alcalá 20 que se incendió) y a Torres Bermejas. Yo era menos de edad y me tenía que esconder, cumplí la mayoría de edad trabajando allí.


-¿Cómo definirías tu estilo de flamenco?


-Me han dicho muchas veces “tu estilo tiene mucho de gitano, pero levantas los brazos como las antiguas”, y esto es lo que me he quedado de ella, de La Quica. Mi estilo es muy personal. Me puedes ubicar en Jérez o en Cataluña. Y he marcado estilo en algunos palos, por ejemplo, se dice “vamos a bailar los tangos de la Tati”… También mis bulerías. Soy muy rítmica, absolutamente rítmica. Con la madurez he ido saboreando el baile lento y he aprendido a recrearme en la quietud.



-¿A quien recuerdas que te gustara mucho como bailaba?


-He estado con todos los mejores de la historia. El próximo año cumplo mis 60 años en el Teatro.


He visto tanto, he conocido a los mejores: Rosario, Antonio, Pilar Lopez… Antonio me llevó a impartir clases cuando estaba de director del Ballet Nacional. Yo estaba entonces en el Teatro de la Danza de Luisillo y él venía mucho por allí. Lo malo fue que no estuve más que un mes porque le echaron y me quedé sin cobrar. Así que puedo decir que yo he regalado mi trabajo al BNE (bromea).


Han sido tantos los artistas con los que he trabajado. Paco de Lucía, Camarón, el Lebrijano, he sido pareja de El Güito, de Manolete, de Marío Maya; he sacado en mi compañía a Joaquín Cortés…


-¿Te gusta como se baila actualmente?


-Lo que no me gusta de ahora es que todo el mundo baila igual y cada una aprende de otra y los pasos que hacen son de la anterior… y llega un momento de que todas bailan igual, los pasos la forma y el estilo es el mismo, cosa que antes no sucedía.


A Mario Maya le copiaron pero es único, Antonio era diferente, también Luisillo… Los artistas que se formaban lo hacían sobre el tablao, a veces recibían el reflejo del grande pero no le copiaban. Todos nos hemos “fijao” en alguien pero no lo has calcado. Yo he ido cogiendo cosas de las bailaoras que me han gustado.


Aquellas mujeres a las que tuve el placer de admirar no tenían alumnos, tenían solo seguidores. Y es que crear escuela es muy difícil.


-¿Por qué es tan difícil?


-Porque el secreto de crear escuela consiste en poder desprenderte de tu yo y se capaz de modelar bailarinas con personalidad, no copias tuyas.


Ojo, que no estoy diciendo que no haya buenos artistas, que hay muchos, pero veo que falta algo de autenticidad con el excesivo academicismo. Pero los bailarines no tienen la culpa de esto, es una consecuencia de la falta de trabajo, les falta teatro, el formarse sobre el escenario.


-¿Y tus vivencias en el teatro?


-Me encanta la interpretación teatral. He hecho muchos papeles en obras, tenía mi propia productora (Tati Producciones SL) y pusimos en escena 7 obras y fui nominada 7 -veces a los Premios Max. He sido muy feliz con mis personajes.


-¿Qué consejo darías a los que sueñan con el escenario?


-Yo tengo un lema en la vida: respeta para que te respeten porque el respeto se gana. Y si la gente me respeta y me quiere es porque soy honesta con mi vida y la de los demás. Ese es mi consejo: se siempre tu mismo.


MERCEDES ALBI

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