Anna Pavlova en EspaƱa
- sertorio
- 9 ene 2023
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 11 ene 2023

En el invierno de 1930, la mĆtica bailarina Anna Pavlova (San Petersburgo, 1881-La Haya, 1931) bailó por Ćŗltima vez en nuestro paĆs. Fue en Barcelona durante los dĆas en que se clausuraba la Exposición Internacional de 1929. Era la primera vez que visitaba la Ciudad Cóndal pues, anteriormente, con su compaƱĆa solo habĆa actuando en el Teatro Real de Madrid durante la temporada de 1922 al regreso de una gira por AmĆ©rica. Era una viajera aparentemente incansable, que llevó su baile por todos los confines del planeta.
Sin embargo, y despuĆ©s de las once exitosas funciones que danzó en el Teatro del Liceo, nada hacĆa presagiar que morirĆa antes de un aƱo, el 23 de enero, enfermando de neumonĆa mientras viajaba de ParĆs a actuar en La Haya. Pasada la medianoche ordenó a su doncella: "prepara mi vestido de cisne" y su corazón, agotado de tanto esfuerzo, dejó de latir.
Tengo la suerte de poseer en mi colección de programas el correspondiente a la Ćŗltima actuación en EspaƱa de la CompaƱĆa de Ballets de Anna Pavlova, que tuvo lugar en el Gran Teatro del Liceo el sĆ”bado, 25 de enero de 1930.

En el programa, bajo el encabezamiento de la gran estrella y en letras mĆ”s pequeƱas, figura el nombre de quien serĆa su Ćŗltimo parternaire, Pierre Vladimiroff (San Petersburgo 1993-Nueva York 1970).
Fue tambiĆ©n alumno de la Escuela Imperial y habĆa danzado roles estelares como el PrĆncipe de la "Bella durmiente", en la lujosa producción estrenada en 1921 en Londres por los Ballets Rusos de Sergei Diaghilev. TambiĆ©n se rumoreaba que habĆa sido amante de la gran bailarina Matilda Kschessinska, razón por la que fue retado a duelo por su pareja y padre de su hijo, el Gran Duque Andrei Vladimirovich.

Aquel sĆ”bado de la Ćŗltima función de las once que se habĆan representado a teatro lleno, se interpretaron tres ballets con gran Ć©xito: "El hada de las muƱecas", "Hojas de otoƱo" y "Bal costumĆ©".
En "El hada de las muƱecas" Anna bailaba el papel estelar de la MuƱeca encantada. La acción tenĆa lugar en una tienda de juguetes donde entra un comprador al que se le exhiben los muƱecos, escogiendo a la encantada, que se despide del resto de sus compaƱeros con una gran danza final.
Era un ballet del que -aunque estrenado en la Ćpera de Viena a finales del XIX- hubo una producción datada en 1903 de los Ballets Imperiales en San Petersburgo, coreografiada por los hermanos Legat. Entonces, la joven Pavlova no bailaba el papel estelar sino el de MuƱeca EspaƱola. Cuentan que lo hizo con tal gracia al tiempo que tocaba las castaƱuelas, que eclipsaba al resto del elenco.


Lo cierto es que Anna Pavlova disfrutaba de la danza espaƱola. Su muerte dió al traste con una gira que iba a emprender por Estados Unidos con Vicente Escudero en 1932, tal y como Ć©l relata en su autobiografĆa "Mi baile".
Anna Pavlova en las vivencias de Carlos Bosch
El crĆtico musical Carlos Bosch tuvo el honor de tratarla personalmente y dejó escritas sus impresiones y recuerdos en su libro "MnĆ©me" (Ed. Espasa Calpe, 1942):
<<La incomparable Anna Pavlova, que habĆa sido parte en la compaƱĆa de Sergio de Diaghilev, no encajaba allĆ por su arte autĆ©nticamente clĆ”sico y, dentro de Ć©l, su marcada individualidad.
Tanta la tenĆan Nijinski, Bolm y otras figuras del ballet de Diaghilev; pero su originalidad era innovadora, prestada a la reforma y a las tentativas audaces, mientras la de Anna Pavlova consistĆa en una acumulación de pasado en su propio estilo sabio y depurado.

Mujer atractiva por cima del sexo, bondadosa por efusividad y por rigurosa conciencia, culta por instinto y por cultivo desde su infancia, calculadora con orden y esplendidez, gran dama de virtud y religiosidad, practicaba su arte como misión social en servicio y servidumbre de belleza. Su trato resultaba atrayente en el directo sentido del vocablo; ni un momento se aislaba la mujer de la artista, formaban el ser; esa cualidad le era tan consubstancial que le daba una naturalidad de sencillez inmaculada, sus palabras acariciaban sin melosidad alguna, su conversación fluĆa ideas de arte y emoción de vida estĆ©tica.

AcogĆa con buena voluntad y se percataba pronto de las calidades de los presentados. Yo tuve la fortuna de ser de sus elegidos, y me satisfizo intimamente el juicio que le merecĆ, segĆŗn la referencia del director que le acompañó en la primera visita de su ballet a Madrid, un seƱor vienĆ©s, de peculiar distinción, muy afecto a la seƱora, como Ć©l la designaba. āSus artĆculos -me dijo- indican una espiritualidad especial, y la seƱora le considera como el mĆ”s penetrado con cuanto es su idea y su arte." No trato aquĆ de prestarme un Ć©xito fĆ”cil y sin prueba, que tampoco supone gran cosa, toda vez que la artista ignoraba nuestro idioma y mĆ”s se distinguĆa por su genio artĆstico que por dotes criticas, sino simplemente de una expansión de afinidad y reconocimiento.

Cuando aƱos despuĆ©s volvió con diferente director le preguntĆ© por aquel otro, de tan seƱoriles maneras de antiguo rĆ©gimen vienĆ©s, que conocĆ, y con tono de triste nostalgia, me contestó en lamento: āMurió dulcemente, privĆ”ndome de su presencia; su recuerdo, en cambio, me acompaƱa siempre.ā
TambiĆ©n tuvimos con Anna Pavlova reuniones Ćntimas, comidas y algunas excursiones por barrios populares, por donde gustaba internarse y observar tipos y costumbres, vistos un poco en falso.
Su marido, director administrativo y empresario, era un hombre de maneras distinguidas, muy gran señor, libre de esa situación desairada de celebridad consorte.
Todos estos espectÔculos orientaron a nuestro público, poco acostumbrado a tanta perfección de conjunto y a esa virtuosidad coreogrÔfica.>>
MERCEDES ALBI


