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Antonio Márquez y su compañía, esencia pura de Danza Española



En estos días en que Madrid ha sido escaparate para el resto del mundo con la recién finalizada cumbre de la OTAN, y a pesar del magnífico y exitoso despliegue organizativo, ha habido un fallo. Numerosos delegados y personas adscritas a los cuerpos diplomáticos de los diferentes países que acompañaban a sus dignatarios, expresaron su deseo de ver danza española. Imaginad la frustración que sentí al recibir la llamada de culto amigo próximo al servicio cultural de una embajada, rogándome encarecidamente le recomendase un teatro al que asistir para ver baile español, y teniéndole que contestar que no había nada, que esperasen que “al 1 de julio a la Compañía de Antonio Márquez en el Teatro EDP Gran Vía”, y las delegaciones partieron sin haber visto uno de los emblemas de nuestra cultura, al que desde los poderes públicos están dejando morir por falta de apoyo.


La escasez contribuye valorar aun más si cabe este esfuerzo titánico de poner en cartel durante más de un mes a 23 bailarines que representan nuestras esencias, que emocionan por la pureza de sus líneas clásicas, que están magníficamente dirigidos y que pusieron al público de pie.


El programa, compuesto por dos partes diferentes, satisface de principio a fin; la primera, con “Macadanza”, sobre música de la Danza Macabra de Saint-Säens, es una coreografía de Javier Palacios que ejerce como atractiva tarjeta de presentación de un elenco que desde los primeros compases, muestra ya su excelente solvencia; a continuación, un embelesante solo de Paula García, “Sinfonía española”, al magistral toque de sus castañuelas, nos conduce al “Bolero”, una coreografía de Antonio Márquez y Currillo, en la que Antonio hace su primera aparición.


Antonio Márquez no ha perdido ni un ápice de su magnetismo, encarna ese mimético misterio del que se vuelve uno con la música. Mientras baila, su cuerpo emana danza y felicidad por todos sus poros. Pero además, sus proezas técnicas no se han resentido con el tiempo, siendo capaz de hacer un doble tour al air para terminar cayendo de rodillas. Era un grande de la danza y lo sigue siendo.


Una característica primordial de los clásicos es que siempre son jóvenes. Si alguien se refiriera a “Medea” -un ballet estrenado por el Ballet Nacional de España en 1984 con coreografía del maestro Granero y música de Manolo Sanlúcar- como algo ya visto, no cabe duda que nos encontraríamos en presencia de un paleto. “Medea”, encarnada por la bailarina Helena Martín es impresionante. Antonio le cede a Helena gustoso su protagonismo. Todos los papeles están muy bien escogidos para llevarlos al cénit. No se puede dejar de nombrar a ese majestuoso Creonte interpretado por Luis Ortega, pero todos, hasta la nodriza -Lupe Gómez- encajan como un guante en sus papeles. El resultado es la emoción del público.


De los comentarios recogidos en el patio de butacas reproduciré dos por su indudable solvencia: el maestro Alberto Portillo exclamó, “¡Qué gusto da cuando ves a la gente bailar con estilo!”; y Joaquín de Luz, director de la Compañía Nacional de Danza, significó su admiración hacia Antonio Márquez, destacando esa maravilloso despliegue de pureza que encierra el ballet “Medea”, sintiéndose conmovido por la interpretación de Helena Martín.


El ballet Medea de la Compañía de Antonio Márquez conmueve porque logra activar dentro en el espectador sentimientos tan profundos como los celos, el amor y la muerte.


Fue una noche magnífica en la que el tiempo pareció volar y todos nos fundimos en un aplauso interminable.



MERCEDES ALBI

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