Entrevista a Ricardo Castro, una estirpe que danza
- sertorio
- 27 ene
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Actualizado: 28 ene

Me encanta Ricardo Castro. He tenido el placer de visitar con él el Museo Thyssen y me ha hecho ver los cuadros con diferente percepción, mostrando esa capacidad asombrosa que poseen los artistas de vislumbrar aquello que al ojo común se le escapa. Pienso que tal vez su espíritu siga dominado por la curiosidad del niño grande que nunca ha dejado de ser. Se trata de un soñador con carácter que persigue su empeño. Es de naturaleza afectiva, ama sorprenderse y busca emocionarse.
Si como coreógrafo y bailarín de danza española atesora destacados hitos -desarrollando su propia compañía, Suite Española, codirigida con su hermana Rosario Castro- y en su historial destaca haber sido primer bailarín del Ballet de Mariemma, bailarín del Ballet Nacional de España, el intérprete que más tiempo ha permanecido (unos 10 años) en el Corral de la Morería… Ha recorrido los más importantes escenarios del mundo bailando y creado numerosas coreografías (“Orfeo”, “ Yedra alrededor del corazón “, “Mestizaje”, “Silencio roto” etc..), posee el don de haber nacido artista y estar condenado a convertir en arte todo lo que toca.
Para comprobarlo no hace falta ni verlo bailar, basta ponerse frente alguno de sus retratos -de los que, actualmente, está elaborando dos series tituladas: “Velados” y “Prohibidos”- para sentir la fuerza especial que irradian.

-¿Cuál es tu sala favorita del Thyssen?
-Es complicado elegir porque a mí me gustan todos los estilos… pero si me obligas a escoger, me quedaría aquí, dónde suelen estar el Caravaggio y los pintores influidos por su estilo, como José de Ribera.

-Lo que me fascina al contemplar un cuadro es analizar los elementos que emplea el pintor, nunca nada es porque sí, sino que esconde una razón. Mira este “David y Goliat”, la luz tiene un contraste imposible que no existe en la realidad, pero el pintor oscurece e ilumina a su voluntad, bajo el significado de lo que quiere transmitir.
-Cuentan que un retrato contiene al menos 3 puntos de vista: quien es en realidad, aquel que el representado cree ser y, por último. el que el pintor percibe.
-En mi modo de hacer fotografía, soy partidario de modificar la realidad y utilizar la tecnología en función de lo que quiero contar de mis personajes, porque eso es el arte: transformar el mundo bajo nuevas ópticas. Los pintores del Renacimiento ya lo hacían.

-¿De cuándo te viene esa afición por la fotografía?
-Creo que desde siempre. Recuerdo que siendo niño, mi padre me compró un libro de fotografía y ya me encantaba. Entonces vivíamos en Madrid. Él no quería bajo ningún concepto que nos dedicásemos a la danza.

Pero nuestra vida cambió, mis padres se divorciaron, y nos marchamos a vivir a Granada con mi madre que, para ganarse la vida, montó una escuela de danza.
-¿Tu madre era artista?
-Sí, mi madre fue una especie de niña prodigio, incluso ganó un premio nacional de cante por saetas que se retransmitía por la radio.
-¿Cantaba o bailaba?
-Sobre todo se dedicaba a la danza, pero cantaba y bailaba. Curiosamente, a ella fue mi abuelo quien le prohibió bailar, era funcionario del Ayuntamiento y la matriculó en clases mecanografía, pero de camino pasaba por la puerta de la sede de Coros y Danzas y, embelesada por el sonido de la música y las castañuelas, entró. En secreto llegó a ser la primera bailarina de la agrupación.

Antes de casarse actuaba con Fosforito, uno de los mejores cantaores de entonces, con quien marchó de gira por Oriente Medio, incluso bailó en la boda del Sha de Persia con Farah Diva.
-Entonces, ¿cuándo decidiste dedicarte a la danza?
-Fue casi a escondidas, sufrí una especie de ensoñación. Eran los tiempos del VHS, cuando uno de los vídeos me cambió la vida. Era un “Lago de los Cisnes” interpretado por Natalia Makarova.
Me produjo la emoción de algo extraño. Era como si notase que no cabía en mi cuerpo. Supe que quería ser bailarín.

-¿Cómo lo lograste?
-Disimulé, asistí a las clases de mi madre como el que no quiere la cosa: “fuera de aquí, como se entere tu padre, me quita la custodia”, me reñía; pero yo pensaba: me da igual, yo voy a bailar.
Luego me encerraba en un armario y practicaba a escondidas. De ahí he sacado el título de mi serie de fotografías “Prohibido” porque ese armario estaba lleno de vestuario. Allí creaba mentalmente mis coreografías. He sido coreógrafo antes que bailarín.

-Pero además, tus hermanos también se pusieron a a bailar.
-Sucedió que Rosario se enfrentó a mi madre: “yo quiero bailar”. Ella se movía con tal belleza que las madres de la alumnas le advirtieron a mi madre: "o enseñas a bailar a la niña, o borramos a nuestras hijas de la academia" (ríe).
Mi hermana es así, yo soy mucho más introvertido. Ella es mucho más lanzada. Yo me meto en mi mundo y mi faceta creativa me envuelve como una obsesión. Aunque somos complementarios, como uña y carne.
-¿Y tu madre terminó por permitir que fuerais artistas?

-Nos dio por imposibles y nos enseñó, aunque nosotros, sin saberlo, estábamos reproduciendo su propia historia.
No he parado trabajar en danza desde los quince años, cuando aquel verano, siempre siguiendo a mi hermana, me fui tres meses con los “Goyescos” y tenía que maquillarme para parecer mayor; luego, nos seleccionaron a los tres hermanos para participar en la película “El amor brujo” de Carlos Saura, con Antonio Gades.

-Y ¿entraste en el Ballet Nacional de España?
-Sí, pero antes estuvimos en el Ballet de Mariemma como Primeros Bailarines. Guardo de ella muy buen recuerdo. Fue Maite Bajo quien me aconsejó que me presentara a la audición del BNE, pero cuando vi los requisitos exigidos… ¡No tenía la altura mínima que pedían! Ellos ponen una raya en la pared y zas, se dan cuenta enseguida. Aun así, casi de chiripa, acudí a la audición.
-Pero sí te admitieron.
-Fui el único bajito que se presentaba, jaja, yo creo que les di pena y me dejaron audicionar. Saqué la máxima puntuación. Al jurado se le planteó un dilema, “vale, si, yo también le he dado la puntuación máxima, pero no puede entrar porque no tiene la altura mínima” me cuentan que decía José Antonio; pero Merche Esmeralda, que también formaba parte de tribunal, sostuvo que a los artistas no se les mide por la estatura, y finalmente, se decidió a mi favor.
Fíjate si yo tenía miedo, que cuando fui a firmar el contrato me había puesto unos calcetines en los zapatos para parecer más alto, y me dijeron: “no te estires tanto, que ya sabemos que no tienes la altura”.

-Aunque responsabilizas a tu hermana de lanzarse hacia las metas, tú has hecho todo lo que te has propuesto.
-Si me propongo un objetivo, voy a por ello. Rosario y yo siempre hemos seguido caminos paralelos; ella, al entrar yo en el BNE, fue contratada de primera figura en el Corral de la Morería. También fue una etapa preciosa. Nosotros hemos sido los bailarines que más tiempo hemos estado en su cartel, ¡diez años! Lo hemos ido compaginando con nuestra propia compañía “Suite Española”…
-Habrás conocido a tantos personajes que fueron a veros bailar allí. Enséñame fotos.
-Mira éstas:


-En esta foto estoy con Barishnikov, que subió al tablao para felicitarnos y nos emocionó mucho.

-¿Cómo surgió tu conexión con Rusia, donde has llegado a estrenar tus coreografías en el Teatro Mariinsky?
-Verás, la primera vez que viajé allí fue con el Ballet Nacional de España a principios de los noventa. En San Petersburgo quise ver un ballet en el Marinski pero el aforo estaba completo, entonces traté de colarme como fuera y hablé con el director artístico, que me invitó a su palco.
Fueron tan afectuosos y amables conmigo… ¡El director casi se excusaba porque en aquella función bailaba el segundo elenco! Y quiso invitarme a ver una clase al día siguiente, a la que acudí con algunos de mis compañeros. Mi fascinación fue total cuando pude admirar de cerca a grandes estrellas como Farukh Ruzimatov. Me impresionó muchísimo. Aquello me pareció otro planeta.

-¿Te hiciste amigo de los artistas rusos?
-No fue en aquel momento, todo sucedió de forma imprevista.
-Cuéntamelo.
-Una noche, cuando estábamos bailando en el Corral de la Morería, Rosario me advirtió: “hay un señor que nos mira muy fijo. No parece alguien corriente, ha venido varias noches seguidas”; entonces, le vi y de inmediato le reconocí ¡Era Farukh! Farukh Ruzimátov, de quien me maravillé con su ensayo en el Mariinsky. Bajamos a saludarle y…
-¿Qué pasó?
-Se puso a llorar, no podía parar de llorar. “Me hubiera gustado ser bailarín de flamenco”, confesó.
Ese fue el comienzo de una intensa relación profesional, con él fuimos a las galas que organizaba por todo el mundo. Por ejempo, esta fue la primera que se bailó flamenco en el Mariinsky.

-Está José Carlos Martínez.
-Sí, tan encantador y natural como siempre, pero nos puso aun más nerviosos de lo que estábamos (ríe)
-Bueno, ir a bailar allí flamenco por primera en la historia vez debe impresionar.
-José Carlos también estaba asustado de ir a bailar el Sigfrido al lugar que era la cuna del Lago de los Cisnes. "Me han hecho un montón de correcciones, seguro que cuando bailo se me olvidan todas", decía. Y que él estuviera nervioso ¡aun nos ponía más nerviosos a nosotros!
-¿Todo salió bien?
-La ovación fue espectacular, nos aplaudieron durante cuarenta y cinco minutos, tuvimos que hace un bis. Catherine Pawlick que hizo la crítica en la revista Dance Magazine, escribió que jamás se había oído una ovación tan larga en el Marinsky.
-Ricardo, tu vida da para mucho, habéis casi vivido varias vidas en una, no me cabe tanto en la entrevista, y lo que os queda por vivir.
-Así es, muchas veces he soñado algo y no imaginaba que en algún momento se haría realidad. Siempre encuentro sorpresas en mi camino. Ahora hemos girado con nuestra compañía Suite Española por Canada y USA, y nos preparamos para la próxima.
-Y tus series de retratos de fotografía, ¿cómo van? Me encantan.
-He obtenido una crítica muy buena de Mary Virginia Swanson y Molly Roberts. Justamente, y no se porqué hicieron referencia al toque caravaggiesco de mis retratos.
Solo sigo mi inspiración, allá donde me lleve.
MERCEDES ALBI
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