La despedida de una diosa (Crítica Medea BNE)
- sertorio
- 20 oct
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Actualizado: 21 oct

La última función de un espectáculo tiene siempre un sabor especial. Si los estrenos sacian, en cierta manera, la curiosidad del espectador y -cuando dan en el clavo- se asemejan a la vibración de un primer amor, ¿qué podemos decir de la función de cierre cuando se sabe de antemano que va a ser la última? Y es que Maribel Gallardo se despedía con "Medea", y los allí reunidos nos sentimos invadidos por la hermosa fragilidad de lo efímero y compartimos con ella el torbellino de emociones que nos envolvía en su adiós.
No sabemos si Eurípides, cuando estrenó su Medea, allá por el año 431 antes de Cristo, fue consciente de que era su mejor obra. Y es que para él, por encima de las cuestiones teológicas que preocupaban al resto de los dramaturgos, estaban las emociones humanas. Lo que sí es seguro es que la Medea del Ballet Nacional es una de las cumbres de la danza española. De las coreografías del maestro Granero es, sin duda, la que ha conservado mayor vigencia. Su acierto al trasladar al baile sentimiento y palabra es tan intemporal como el teatro del autor ático y por eso permanece y continúa emocionando al espectador.
La historia pasa, pero las emociones quedan: el amor, los celos, la venganza… hacen que “Medea” nunca muera, sino que renazca a través de cada nueva Medea.
Rubén Olmo ha puesto en escena a tres generaciones de Medeas: Maribel Gallardo es el dominio de la expresión y el gesto; Eva Yerbabuena, la fuerza telúrica; Inma Salomón, la dúctil elegancia. La música de Manolo Sanlúcar, dirigida por Manuel Coves con la sensibilidad a la que nos tiene acostumbrados, evoca los ritmos procesionales de la Semana Santa, nos cose en el alma la pasión de Medea, mujer, amante, madre y hechicera, conmoviéndonos hasta el tuétano.

Queda claro que Rubén Olmo sabe escoger a sus bailarines, proporcionando a cada uno su lugar, pues los encaja sin constreñir, y el resultado queda patente en ese puzzle perfecto de personajes que vimos ayer acompañando a Maribel Gallardo: Currillo, un Creonte majestuoso de líneas flamencas puras; la Creusa de Estela Alonso, ingenua y expresiva; el Jasón de Fran Velasco, imponente y seductor…
Es muy triste que Maribel se retire, a pesar de ser afortunada al poder gozar de una despedida con honores. Pero es que la danza es una diosa cruel, inmola a sus hijos antes de tiempo, los aniquila en plena madurez expresiva. Si Maribel fuera actriz de teatro estaría en su culmen y no en su final.
Pero no solo fue la noche de Maribel Gallardo, también fue la de Eduardo Martínez que, -habiéndose alternado en la programación con "Segunda piel" de Miguel Ángel Gorbacho- bailó su “Arrieiro”, una pieza de acentos profundos que marca el sello de su lenguaje, haciendo visible esa veta inagotable de nuestro folklore de la que hablaba Moiseiev cuando afirmaba que tan solo España podía igualar la variedad y riqueza del folklore ruso.
“Cuentos del Guadalquivir”, con música de Joaquín Turina, hizo brillar a una evanescente Débora Martínez, junto con Matías López.
La danza es una diosa cruel, inmola a sus hijos antes de tiempo
Y fue asimismo la noche del Ballet Nacional de España, una formación artística que ha alcanzado un altísimo nivel -como pudo comprobarse en la extraordinaria ejecución del "Bolero" de Ravel- y que promete seguir ofreciendo éxitos como los que ha brindado estos días en el Teatro Real ante un público totalmente entregado.

Gabriel M. Olivares
Vídeo: Gabriel M. Olivares



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