"Norma" de Antonio Ruz (crítica)
- sertorio
- 10 may
- 3 Min. de lectura
Actualizado: hace 2 días

Cuando se ha visto a un bailarín crecer y desarrollarse como es el caso de Antonio Ruz, albergas cierto temor a que no despierte las antiguas emociones. Es un sentimiento parecido a lo que significa reencontrarse con un antiguo amor. Él cambia, todos cambiamos, "nosotros los de entonces ya no somos los mismos", decía el poeta. Reconozco que Antonio Ruz sigue siéndolo.
En la Sala Verde de los Teatros del Canal se puede ver estos días dentro del Festival Madrid en Danza.
Desde sus inicios de bailarín en las filas del Ballet de Víctor Ullate, a su ascensión en compañías tan prestigiosas como el Ballet del Gran Teatro de Ginebra, Ballet de Lyon, CND y, sobre todo el Sasha Waltz & Guests donde forja su sello coreográfico, nunca decepciona y siempre erige frente al público los rasgos de su universo propio.
En "Norma" se reinventó de forma diferente, aunque se hacen visibles las señas de su identidad. Conserva sus dos caraterísticas esenciales: estética y trascendencia.
En contraste con anteriores obras narrativas como la "Electra" (2017), que le encargó el Ballet Nacional de España, o su reciente "Pharsalia" (2022), con "Norma" evoluciona el contexto hacia un discurso más interiorizado, que abarca una lectura tan compleja como uno sea capaz de interpretar.
Conserva sus dos caraterísticas esenciales: estética y trascendencia.
Si el significado etimólogico de la palabra "norma" es el de la ley que nos somete, hay otra acepción de "Norma" como protagonista de la ópera que entona la famosísima aria "Casta Diva". Una sola palabra contiene ambos significados.
El aria suena desde comienzo y posteriormente, se vuelve a ella como cuando la entona la bailarina Alicia Narejos. La letra es una plegaria a la luna, al lado femenino oculto en su brillo plateado... Y al mismo tiempo los protagonistas, totalmente individualizados, se buscan y quieren romper esa "norma" que los oprime. La "Norma" de la Compañía de Antonio Ruz es un canto a la libertad.
Conceptos tan interesantes y bien elaborados, junto con un vestuario muy original, el uso de los telones, y el genial acierto al escoger las frases y los bailarines, establecen una sólida base.
Los intérpretes tienen todos su "aquel" magnético (Begoña Quiñores, Chelis Quinzá, Carlos Carvento, Alicia Narejos y Manuel Martín). Sus estilos y estéticas muy distintas entre sí, contribuyen a marcar la diversidad y una especie de grito propio en soledad. En sus personalidades reside gran parte de la fuerza de la obra. La expresividad de los gestos marca el contraste. No están nada limitados, ni encorsetados, y se les saca el jugo explorando unas posibilidades que excenden del mero campo de la danza. Chelis Quinzá rompe con el arquetipo del bailarín y toca desnudo en el piano una melodía que el mismo ha compuesto.
No es un drama, sino la historia de una liberación casi poética, y además hay golpes de humor. Hay que verlo porque hay que sentirlo, aprender con ellos a despojarse del plastico y de la máscara para dejar la vida de convenciones arrugada en un rincón.
La duración de una hora es perfecta, así nada sobra, ni nada falta. Y en el tumulto de la salida esuché la mejor definición en boca de una espectadora que les decía a sus amigos: "es super-conmovedor. Tiene algo, algo..."
MERCEDES ALBI
Comentarios