Tamara Rojo es tan perfecta en todo lo que hace que desconcierta. Piensas que no es posible una inteligencia tan lúcida que triunfe en cualquier cosa que acometa, pero es así, es una realidad, es una mujer llena de dones que realiza todo lo que se propone y va cubriendo etapas y llegando al máximo en cada una de ellas. Si como bailarina fue inolvidable, como directora es excelente, pasando a dirigir dos compañías tan emblemáticas como el English National Ballet y el San Francisco Ballet. Ahora se nos revela en esta Raymonda, representada en el Teatro Real, como una gran coreógrafa.
Domina el espacio, el ritmo y el relato. Por eso se ha despojado del posible lado plúmbeo de la antigua Raymonda, dotándola en esta renovación de una agilidad fantástica, imprimiendo una exigencia máxima a un elenco que no cesa, sin dejar decaer un ápice la atención del público. Sobre el escenario siempre suceden cosas, unas danzas se superponen a otras sin apenas pausa para los bailarines.
Con una dramaturgia perfectamente expresada, la acción se traslada a la Guerra de Crimea, más cercana a la sensibilidad actual; la coreografía, que domina tanto el ámbito de las danzas de conjunto como los gestos íntimos de los bailarines, nos conduce a un relato que emociona. Raymonda duda entre dos amores -John de Brian (Isaac Hernández, excelso) y Abdur Rahman (Fernando Carratalá Coloma, lleno de potencia y posibilidades)-; tiene dos amigas que contribuyen gráficamente a reforzar esa dualidad: una es coqueta, Henriette –interpretada con gracia por Julia Conway- y la Hermana Clemence, que trata de convencerla que debe casarse con John. Por eso la historia se individualiza, se conduce a un plano personal dejando de lado el tratamiento de su protagonista como un mero objeto de disputa, para ser ella misma quien escoge su propia vida.
Resalta mucho la presencia de la danza masculina, que sale reforzada, dando vistosidad al conjunto. Incluso me atrevería a afirmar que hay una superior calidad en las variaciones de los bailarines sobre las de las bailarinas. Shiori Case es una Raymonda de técnica perfecta pero que no llega a arrebatar, algo que sí consiguen sus pretendientes.
La coreografía del acto primero es originalísima, las del segundo y tercero, aunque de naturaleza más convencional, son muy vivaces, si bien en todo momento se mantiene la coreografía de Petipa en las danza emblemáticas del ballet, destacando el paso a dos de Raymonda y Abdul, el sólo de Raymonda del III acto… Así la nueva versión no pierde un ápice de perspectiva frente a la primitiva, sino que la refuerza en ritmo narrativo e interés dramatúrgico y formal. Por tanto, sigue siendo Raymonda, aunque enriquecida por un viaje en el tiempo.
MERCEDES ALBI
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