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Nueva catarsis con el Ballet Nacional de Marsella (crítica)


En las Sala Roja de los Teatros del Canal ha tenido lugar el primer estreno con el Ballet Nacional de Marsella La)Horde, y su espectáculo Age of Content. Fue hace dos temporadas cuando la compañía nos visitó con Room With A View, que fue creada en 2020 con el artista RONE. Y es que su trío de directores, Marine Brutti, Jonathan Debrouwer y Arthur Harel, han sabido imprimirle un sello propio.


Si hubiera que sintetizar su estilo en una única característica esta sería la magnífica sincronización de complejos elementos escenográficos con un profundo mensaje simbólico-apocalíptico.


Realmente conmociona este elenco compuesto por 23 bailarines de 16 nacionalidades. El trabajo es excelente por su técnica dancística y su expresividad.


No estamos indudablemente ante una de esas compañías que se autodenominan “eclécticas” para enmascarar su falta de personalidad, navegando sin rumbo artístico alguno -esperamos que nuestra CND encuentre al fin su cauce con una firme y nueva dirección-. Los marselleses nos dejan boquiabiertos con su mensaje de plena actualidad, retratando al hombre moderno. Esta vez la excusa fueron los video-juegos y la realidad virtual, pero trasciende mucho más allá.


En la primera escena aparece un coche con vida propia que nos deslumbra con sus focos. Se mueve despojado de carrocería, todos anhelan subirse en él… El esfuerzo es baldío. No hay vehículo para escapar. ¿Simboliza acaso ese anhelo de libertad imposible que anida dentro del ser humano?


“Age of Content” se podría dividir cláramente en dos partes. A partir del momento en que los bailarines despliegan un gran telón de fondo se marca la frontera entre la antigua desesperación y una repentina alegría. Quizá signifique que la respuesta a la felicidad consite en crear un velo que nos oculta la apabullante realidad. Ambas partes quedan matizadas con un cromatismo diferente. Así, en la primera se envuelven las escenas dramáticas en una base de colores fríos, en la que predomina un verde pálido con tonos azulados; en la segunda, la alegría de vivir se enmarca con tonos cálidos (amarillo, naranja, rojo).


La estética de ese todo coordinado -la música (entre lo tecno y el Aleluya), con una coreografía que sabe ligar unos solos y dúos interesantísimos, sin que se diluyan en la unifomidad de un conjunto simétrico- encuentra el modo de conducir al espectador hacia una inolvidable experiencia artística.


MERCEDES ALBI

Fotografía Pablo Lorente

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